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el rayo verde

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LOST IN SPACE.

LOST IN SPACE.

Después de estar por la mañana en la Sierra y ver el Peñalara, esta tarde entre varias opciones… echar mucho de menos a Logan y Thor. La felicidad es bien sencilla, el Amor en casa.

Iba al cine dispuesto, me disponía a entrar y me ha dado pereza. Me he vuelto a casa en Metro tras el intento infructuoso de hacerlo a pie. Sin darme cuenta, he pasado por aquí (foto). Tantos años han pasado… Aquí estudié …, viví intensamente y se acabó un ciclo. Aquel mundo ya está suspendido en algún lugar de nuestra memoria o del olvido de los que allí estuvimos. Todo se oscurece en este mar, los amigos, las amigas, los viejos profesores, las revoluciones. Que despiadada es la línea recta del tiempo.

 

Retenciones en la Autovia A-3.

Retenciones en la Autovia A-3.

Esta noche que volvía sólo, una monumental retención en la Autovia A-3 me ha hecho llegar a altas horas y exponerme a “La Transversal”, un programa de Radio Nacional que entrevistaba a Lara López, actualmente Directora de Radio-3 y, parece ser, fundadora del destacado espacio incalificable.
Me han despejado del sueño por el camino y tanto que ahora, escribo a este respecto. Vengo a cuento de esto, por lo que se vaga con frecuencia con la mente, ya escuchando la radio, ya tomando una cerveza, ya en la cama, ya dónde hay algún rastro de fantasía.
Venía escuchando los incongruentes temas que hacía gala el presentador de tal programa y cómo iba pronunciándose al muy infiel oyente de mi persona, bla, bla, bla… una voz melodiosa y de gran énfasis que, a su vez, concentraba una cadena de comandos inequívocos, enviaba su convencido mensaje. Mientras, la completamente contenida Lara López, se deja llevar y cuenta, con gran enganche, las historias del nacimiento de “la Transversal” en aquella atmósfera primigenia de hace 100 programas. Su voz y la ausencia de imágenes me hacen imaginar… delante, una exposición de luces de freno, matriculas y 22º de temperatura exterior. Con la ayuda de esa sed de sexo que este verano me tiene acostumbrado Waity, por esos espacios comunes con la familia política y con la mía propia de por medio, los niños por acullá y luego, esa jerga inhibidora a las que da luz verde las situaciones referidas… me imagino el trasero de Lara en una de esos ensambles incorrectos políticamente pero válidos llegando al kilómetro 56 en la soledad del habitáculo del vehículo. Bien creo que será fascinante por ese tono de voz y sin abandonar el terreno, el resto de las esencias. En buena medida, pongo en juego toda la carga tópica en las referidas situaciones y con la mirada perdida, divagaba. Y en este escenario con el coche parado en la vía, me encontraba hace un rato. Disparatado episodio. Mañana, la retención nocturna quedará disipada como en esos anuncios publicitarios que inundan las televisiones.

Varios gin-tonic.

Varios gin-tonic.

Cayó una borrachera esta noche después de tanto tiempo, con Tommy y un viejo amigo perdido allá en el huerto claro donde madura el limonero. Los aparecidos efluvios espirituosos se abocaban por la garganta cual arroyo romántico y nos liberaron de forma temporal de nuestros problemas, la ginebra despeñada a lo Emerson Fittipaldi corría al trasfondo de los sueños. En la noche traicionera quedé expuesto a mi pura ignorancia, a la aventura y a la alejada juventud que daba sus frutos en escapadas de amores locos. Y en este aliento vital, el alcohol separa las miserias, los momentos de brillantez y nos convierte en dicharacheros defensores de causas perdidas como la acontecida.
El amigo venido del Sur viene con su mujer de allí mismo, es de las de derechas convencidas y destinataria, por otro lado, de lo que tanto amamos los que respecto con tanta creencia como fe tenemos. Está embarazada. Y entre tantos extendidos de felicitaciones y demás, de conversaciones almodovarianas y bolivarianas aparecen las ganas de hablar a trompicones con esas invenciones que el delirio impone a los ebrios y de esas de seriedad manifiesta en los sobrios. Ella, por supuesto, no bebe y su "lucidez" es mentar la política, en mala hora, y considerar dictadura a la cubana. Sea como fuere, debo considerar que tal dictadura política no es tal, en clara advertencia a que el concepto de democracia resulta mucho más complejo de lo que apuntan algunas perspectivas. En fin, mis compañeros carecen de prejuicios ideológicos y nuestra bella dama se queda sola en este punto no sin pequeñas apreciaciones en diferentes sentidos. En su hilar osado sale en defensa más tarde de la derecha española pero sin mucha intención artística ya que defiende a nuestro anterior Presidente de Gobierno, en otro golpe de efecto, y para ello lo hace desde la perspectiva de lo que nos han querido pintar estos últimos años conocidísimos tertulianos: la regeneración de España después de tantos años de felipismo y que la victoria de ZP fue gracias a la manipulación que hizo el PSOE de los atentados del 11 de marzo. No resisto al invasor reaccionario y a tantos progresos de la España atrasada ideológicamente, abandono esta vertiente doctrinaria y federicana. Me fijo pues, en la variedad tipológica de los individuos de esta taberna irlandesa que fluyen alcohol y captó conversaciones menos sugerentes. El dueño mientras, un tipo bajito de pelo lacio y largo, tiene echado el cerrojo y la sonrisa sempiterna de un abigotado satisfecho por la recaudación de la noche. Aforo completo. Nuestra destacada amiga pasa a otros temas, el resto de la conversación se torna amistosa y reúne ciertas particularidades sinceras que la revalorizan enormemente. Luces hay a pesar de esas radicalidades y el desarrollo narrativo de nuestra amiga se vuelve reconfortante ante la ausencia de destellos aznarianos. La conversación ha trascendido por esa vía de la melancolia y de años heroicos. Todo acaba con esos relatos de lo que hemos vivido realmente. Mi emblemática salida del Irish Pub llega a eso de las 2 y media al hacer gala en mi estomago el matarratas que he ingerido y me despido para accidente del relato. Mañana me espera una resaca acojonante.
(foto de Amecha)

Susurros.

Susurros.

Guillermo me tenía hasta los cojones. Ese tipo regordete chiflado me la iba a liar parda y así fue. “Bueno, no te preocupes, ya pasará” me decía mi mujer.

Guillermo era educadísimo cuando gesticulaba pero en el ten con ten era desatinado mantener una conversación medianamente correcta. La distancia física que separa su barriga y su flojo tono de voz, me abocaba a perder información por el camino. Intentaba agudizar el oído pero con la carraspera insistente de Guillermo también hacía muy difícil cualquier autoexigencia auditiva. “..el próximo lunes…en casa de Yolanda…sss…morir en la bañera…”, caray, que habrá dicho. Le pedía, por favor, me repitiera,”…pasa a Yolanda…ssss…bañera”, nada. No me atrevía más, me creaba ansiedad. Porqué cojones no hablaba más alto.

En la cafetería cuando nos reuníamos el grupete de la asociación, nos inclinábamos a la mesa a captar esas longitudes de onda inverosímiles que rebotaban en la mesa de mármol. Nos enteramos días después de la muerte de su padre tras una compilación de conversaciones y por teléfono... era igual, parecía que estaba lejos, muy lejos.

Un día llamó mi mujer al local y Guillermo que andaba por allí, cogió el teléfono. Cuando regresé, me dio el mensaje. No me enteré que había llamado mi mujer, que se había puesto enferma y que, por favor, recogiera yo a los niños del colegio. Cómo lo iba a saber si no le oía y no sé leer los labios. Todo lo que hice fue sonreírle complacientemente mientras emitía silabas imperceptibles. 

 

La chica del ascensor.

La chica del ascensor.

Por motivos ajenos, parte del personal de mi trabajo nos hemos tenido que mudar. No sé lo que tardaremos en volver al Oasis de antaño. Atrás dejo el esplendor de lo que era un marco incomparable, casi en la mismísima naturaleza, y se empieza a cocer otro caldo con más coches y polución. Las nuevas oficinas están en la zona de Nuevos Ministerios y ahora, utilizo un ascensor para acceder allí. La mañana del jueves pasado entro conmigo una señorita en dicho elevador, rondaba mi edad y, a mi entender, era bastante atractiva. Presionó el botón de la tercera planta y en una inconcebible decisión yo no apreté el botón que correspondía al 5º, que es dónde están nuestras nuevas oficinas. En el trayecto definido me desconecté de la música de The Who que iba escuchando y ella se organizó su larga melena. En ese momento llegamos a la planta tercera. Ninguno salimos, estuvimos un instante mirándonos y probé, ya que ella no iniciaba la maniobra, a tocar en el cuarto, por error del subconsciente. Rápidamente llegamos por supuesto, yo no tenía ningún motivo para descender allí, de modo que espere a alguna iniciativa por parte de la chica. En esa ausencia de movimientos y de pocas palabras, no había elementos que entorpeciesen ninguna opción deseable pero no ocurrió nada. El hecho de estar emparejado me hace renunciar a la mitad de la población y el consiguiente paso fue teclear el botón del 5º. Cuando la prepuerta de la caja se abrió, mi tendencia fue salir primero empujando la segunda puerta de afuera con la mano pero esta señorita, de manera explicita, me hizo saber que allí se bajaba también. Nos hallábamos en el descansillo y los efectos de este nuevo distanciamiento nos daban sensaciones de claudicación de aquella tentación estúpida. Entramos en la misma oficina, era una compañera de Servicios Centrales que no conocía. Me dirigí a mi mesa con esos dardos envenenados clavados en el corazón.

El viaje de Sisibu.

El viaje de Sisibu.

Recuerdo el momento de la partida. Salí entre unos cantos enormes, semiesféricos que se agolpaban en la entrada de la galería principal. En menos de un instante, se agolpaban no menos de quinientas compañeras que por grupos, abandonaban ordenadamente nuestro emplazamiento subterráneo. El arco que habían logrado construir los “cisnes”  trazaba una armoniosa curva con una justificada precariedad de elementos sustentadores. Ofrecía el color de la sepiolita tan abundante aquí y se mezclaba con una gigantesca raíz de saúco que en una tarde se deslizó por encima de nuestras habitaciones en la colonia. Algunas “ganaderas” hacían marchar pulgones delante de ellas y las “reds” se conducían enérgicamente por las galerías de emergencia, impulsadas por la alarma de una “buscadora” que había sido taladrada en el abdomen por una oruga Cucullio. Las “buscadoras” parecían mirar al sol buscando una orientación correcta y las “reds” que perdían el control con facilidad se abalanzaban sobre ellas a degollar a las más titubeantes. Los pulgones quedaban paralizados de terror y algunos bloqueaban algunos pasos decisivos.  La entrada de la colonia aparecía plagada de extremidades trituradas y cabezas infortunadas, desgajadas por las fuertes mandíbulas de las “reds”. La sucesión de este paisaje tenebroso prendía mi sensitiva cabeza de miedo. En la extremidad de la colonia a cientos “guans” de distancia, recordaba vagamente a Seseta. Se había perpetuado como “cuidadora”, a merced de la Reina, y no corría ningún peligro. Seseta lo había entendido perfectamente cuando juró obediencia suprema a la monarca y sustrajo de su pensamiento las corrientes de viento fresco que azotaban nuestros cuerpos oscuros o el calor solar tan apreciado por nuestra queratina. La completa calma, el gas carbónico y la constante temperatura eran ahora parte de su imperecedera existencia. Gracias a mi absoluta convicción, yo no quise ese destino cruel, no cesaba de circular y al cabo de un rato note una áspera sensación de aislamiento. Sondee el espacio terrenal que me rodeaba con mis antenas y conducida por mi instinto, atisbé una de esas estrellas que aparecen en el horizonte al caer el sol.

(Continuará…)

El sopapo.

El sopapo.

Aquel niño se detuvo frente a la maestra. Sin pararse a pensar, se encontró en el área de batida de la señorita Luisa. A la mente no calculadora de la instructora le llegó un indicio de un comportamiento impropio. A Luisito le impulsaba estar cerca, lejos de los matones de la clase, y concebía las circunstancias personales de manera sencilla. La señorita Luisa, susceptible esa mañana por una intangible noche de pasión amorosa no correspondida, no acababa de recuperar la compostura. Un gesto de rabia contenida y acritud añadía a su lamentable vestuario una imagen patética. Luisito apareció por el patio perseguido por dos pillos. La maestra, hundida por el momento deprimente, se acerco a Luisito. Le propinó un sopapo de tres pares de cojones sin venir a cuento, el niño acabó dando dos vueltas y media en el aire antes de incrustarse contra el suelo. Se hizo un silencio tremendo o peor aún, inolvidable.

unas puertas de semi-lujo.

unas puertas de semi-lujo.

Son ya unos años en la Administración General del Estado y ya me han inoculado el protozoo ese que pulula por el cuerpo del funcionariado, estaba rellenando un crucigrama cuando ha sonado el teléfono de mi mesa. Era Waity. Me decía que en un contenedor de la calle Manuela Torregrosa habían tirado unas puertas de semi-lujo con cuarterones, macizas y en blanco satinado. Me las imaginaba echas polvo, de modo que mi aportación a la causa era más bien pasiva.

Por la tarde, me convenció. “Iremos a verlas…”. La rebusquilla me pone de los nervios, así que cuanto antes acabe la cosa, mejor. Encima, era el tercer martes del mes, cuando el vecindario se deshace de los trastos y enseres viejos. ¡Estaría el barrio lleno de furgonetas! Tendremos que llegar al punto x antes que se oculte el sol.

Los efectos lumínicos del cielo eran surrealistas y unas nubes extrañas con forma de platillo volante se acercaban al Piruli de Torrespaña amenazantes. El paisaje celeste ocupaba mis adhesiones pictóricas cuando entramos en la colonia Fuente El Berro y un perro se convirtió en motivo principal en esa profunda metáfora de color y silencio. El aspecto de la colonia era singular, estábamos envueltos en una atmósfera rojiza intensa y unos ladridos de perro lejanos. Entre los coches surgían señoras mayores dando de comer a gatos callejeros  y algún vecino de aparente elegancia, estaba más pendiente de nosotros que del espectáculo de color. Al mismo tiempo, nos íbamos fijando en los chalecitos que asumían en sus fachadas los colores del cielo. Torcimos una calle y no exagero, las dos puertas servían perfectamente a nuestros propósitos, eran preciosas, un poco deterioradas pero que suscitaban un montón de posibilidades. Así que, obligados por la hora, nos llevamos dos puertas a la vez, cargados como si de una Virgen en procesión se tratara por el circuito de regreso a nuestra casa. Ya el singular cielo se había tornado oscuro, algunas mujeres ancianas abandonaban los comederos de los gatos y salíamos en lucha abierta con los otros buscadores del santuario de chalecitos. Justo ahora, Waity no puede más y sus acolchados antebrazos se rinden. Las furgonetas hacen acto de presencia y nos miran como a los carroñeros. El cacareo de Waity me indica que algo hay que hacer. De repente, cuando nos enfrentamos a un nuevo problema aparece una nueva solución, Peter O´Toole. “Cómo tú por aqui”. Creemos prestados sus brazos para un último esfuerzo con estas condenadas puertas y de esa manera, procede a cargar. Como en los fastos, llega la algarabía y entramos en el portal poco después. Mi suegro, con su carácter neutro acecha a los cristales, son dobles. Mi hermana no se imagina de donde vienen, la decimos que las traemos de una casona de Asturias. La vecina del segundo entreabre una rendija para mirar y Peter quiere cortarse los dos brazos para dejar de sufrir.

Aquellos sueños.

Aquellos sueños.

Que queda de aquellos sueños, de las muchas felicidades que prosperaban cada noche en la almohada, de los países que ya no existen, de los muros caídos que escondían los paisajes más poéticos, del sueño fantástico que impulsaban aquellos libros.

Cuando andábamos por aquellas calles desiertas con sabor a Octubre y nos mirábamos a los ojos con el flujo misterioso de cómo nos imaginábamos el mundo, descubrimos que la juventud se iba. La perdimos como todos los trenes que atravesaban los veranos cálidos de nuestras vidas, como las revoluciones. Inmediatamente, fuimos infelices y aquella vida, que escribíamos a impulsos en las recónditas playas y en el último curso del instituto, nos abrió los ojos certeramente y nos extrañamos. Pensamos en los problemas, en el futuro, en el deber, en el derecho y todo se convirtió en desigual, tú y yo empezamos a robarnos los besos y a dedicarnos a nosotros mismos sin demasiado sentido. Los tiempos se modificaban a golpe de jornadas, de perezosos fines de semana y de entornos domesticados por las grandes mentiras. No podíamos dejar perder las oportunidades únicas, la inutilidad de los sueños que iban más allá de las ganancias se hicieron inconvenientes. Preocupados por la excesiva responsabilidad nos dejamos, como hacían los verdaderos amantes, y para reinventar nuestro nuevo destino evitamos los recuerdos. Los nuevos tiempos transcurrieron como en una novela absurda y nuestro derrumbe fue afianzándose según transcurrían las páginas marcadas por la despiadada enumeración. Las grandes esperanzas habían desaparecido del texto y las voces enérgicas de la plena juventud se diluían en la complejidad flotante de los contratos sociales. Los sentimientos más intensos estaban enterrados en los amaneceres de los tiempos y el preciso mecanismo de la trama urdida por los autores voraces nos alimentaba con miradas de traición.

Lo que queda del libro no esconde dudas y ya escucho el crujir del fuego, fecundo de ser hoguera de hombres y mujeres que enmudecen en las páginas blancas de la historia.

Un caballo de muerte.

Un caballo de muerte.

El listo se desencajaba de risa. Durante años había transformado la inocencia de aquel imbécil en un sentimiento cruento. Desafiaba el listo a su propio atrevimiento y delante de las chicas de la oficina trataba de sugestionarlas en una especie de tribulación literaria. El imbécil no entendía nada y en lo que parecía una pausada reflexión no era sino una tremenda inanición de inteligencia. Las chicas, imbéciles como él, reían las gracias del listo que no paraba de jactarse y de infiltrar sorna en la cabeza de su pobre victima. El misterio del silencio del imbécil lo esclarecía rápido el listo, convenientemente, y mediante breves y agudas representaciones le humillaba como a un perro. A las estúpidas secretarias les impactaban esos signos de virilidad y de implacable autoridad. El imbécil, intimidado, se reencontraba con su triste tarea de almacenero en una etapa de inactividad febril que llegaba a preocupar al jefe de Administración.

El listo en el momento crucial de esta historia sólo pudo sonreír por última vez. El imbécil, en el reparto anual de los sobres del reconocimiento médico, le había regalado al listo un caballo de muerte.

La vaca.

La vaca.

La vaca que poseemos me dice que los sonidos que escucha en el prado van dirigidos a entretener a las cabras. La cuestión la percibo por el lado más complicado. Me pregunto si la vaca, minoritaria, ante el número variable pero más numeroso de las cabras no estará celosa en mis promovidos paseos por las tierras altas del valle. A veces, cuando me encuentro en los antiguos terrenos ya baldíos en los que mis antepasados remitían todos sus esfuerzos a las actividades agrícolas, oigo el lamento lejano de nuestra vaca en la seguridad de un caso de rebelión vacuna. Conviene estar atento y no dar la espalda a tan descomunal animal. Las cabras les conviene mantenerse al margen y puede que se trate de una simple moda pasajera de la nuestra vaca y acabe esta, olvidando tan costoso estado para la convivencia común.

Esta tarde mientras regresaba mimetizado entre el verde paisaje, medía la distancia que me separaba de nuestra vaca y el nerviosismo creciente en mi persona. El encierro al que le somete mi padre a últimas horas de la tarde la convierte en más antisocial y su establo recuerda más a un penal que a una bucólica morada para vacas montañeras.

Lo que está instaurado en nuestra granja no está al alcance de los aires de grandeza de nuestra vaca y lo que parece un nuevo neoesclavismo animal está legitimado por las enormes dificultades que supone acomodar a todos los animales.

Mi padre todas las mañanas toca la flauta travesera y eso molesta a Berta, la vaca. Parece haber encontrado cualquier excusa para mostrar su malestar. Las cabras son más tolerantes y apenas se quejan sino en los días de lluvia cuando deben permanecer más tiempo encerradas. Aunque el que escribe, las más de las veces, las deja que campen a su aire, sin control ni disciplina.

La vaca no tiene ningún compromiso con el resto, se cree demasiado excepcional. No acaso tenemos que esperar a qué ella decida cuando la debemos ordeñar. Mi padre, que en sus circunstancias personales ya no está para esos menesteres, se refiere a este fenómeno de espera como fase de periodo especial. Cuando Berta da la pertinente orden por medio de un medio mugido todo el proceso se vuelve sistematizado: el taburete, el cubo de aluminio, el masaje de ubres previo y la loción sedante que empleamos los hombres de la casa para después del afeitado. Unos treinta y tres litros de leche doy de dato al intrépido lector.

Las cabras esta noche están tranquilas. Han dado por buena la atractiva visita a los peñascos del Torozo y buena cuenta de los endemismos vegetales de la zona. Posiblemente tendrán que esperar toda una vida para vuelvan a realizar una presente como esta, ya que en la experiencia de siglos está en respetar sosteniblemente la flora local. En estos análisis no depara nuestra vaca y si su olfato, que ha olido los heterogéneos aromas de las plantas de los riscos, mordisqueados por sus distantes vecinas. ¿Alguien se imagina que puede deparar todo esto?

Agrupación Deportiva Plus Ultra.

Agrupación Deportiva Plus Ultra.

El primer partido de fútbol que me llevó mi padre fue al el antiguo estadio de Arturo Soria dónde jugaba la Agrupación Deportiva Plus Ultra en Tercera División. Pudo elegir entre el Real Madrid o el Atlético, los dos grandes de la capital, pero se conformó con llevarme al estadio que estaba más cerca de nuestra casa. Recuerdo el uniforme azul y pantalón blanco  que vestía el Plus Ultra y el del otro equipo, el Zamora, a rayas rojas y blancas y pantalón azul. El resultado creo que fue 5-1 y en aquellos años el fútbol, como ahora, era un verdadero fenómeno social.

No olvidé nunca aquellas sensaciones de ir al campo de la mano de mi padre y presenciar a un público mayoritariamente masculino volcado con pasión en su equipo. Entonces la Tercera División era más importante y por lo general, los estadios y campos de tierra de categorías inferiores, se llenaban de hinchas de las clases populares. No creo que entendiera lo que estaba sucediendo pero ver aquella asistencia masiva de espectadores, realmente incidió en mi imaginario. También el ir acompañado de mi padre y la seguridad de su presencia me trasmitió aquel sueño por el fútbol. Con los años iría algún partido más con él, no a muchos, y los recuerdo de manera concreta. Cobran vida cada vez que le recuerdo al “viejo” la intensidad de lo narrado, el buen fútbol y las inmejorables tardes que tanto despertaban mi interés. Mi padre siempre se quejaba del precio de las entradas y salve decir que la mayoría de los partidos que vimos fueron trepando la valla del campo del Destino para colarnos a ver al Periso o al Cátedra en el fútbol regional. En definitiva, tiempos que no volverán.

Asuntos nocturnos en la escalera del portal.

Asuntos nocturnos en la escalera del portal.

Es de noche, acabo de llegar de la calle, vivo en un segundo y he tenido que bajar a por unas cosas al coche. Cuando he salido al portal he tratado de no hacer ruido ya que en casa había alguien durmiendo. Por un hábito consustancial, las escaleras las he bajado silenciosamente. Casi estaba llegando a la planta baja cuando he notado ruidos en el descansillo donde están ubicados los buzones de la finca. He de señalar que por antigua vicisitud del anterior presidente de la comunidad, el interruptor de las luces del portal se enciende y apaga automáticamente, por lo que las personas implicadas en este relato no se percataron de mi llegada.

A media escalera entre el piso primero y la planta calle, me he asomado por el hueco de la escalera y allí, pertrechados contra la pared, he reconocido al vecino del tercero en la deliciosa y ardiente posición de tener presa a una dama por la entrepierna y por la extensión de un abrazo cargado de veleidades seductoras. De los pocos afectos a los que tiene acostumbrado a su señora esposa es harto reconocida entre la concurrencia de la vecindad, así que me ha parecido rara esa arrogancia tan sedienta de las delicias del cuerpo. Ante esta anécdota y ante la imposibilidad de volverme atrás he recurrido a toser ligeramente para que los amantes se interesaran por mi presencia. El presenciado se ha dado la vuelta y bajo su barba de chivo me ha correspondido con una amable sonrisa acompañada de una coreografía de tics. Inmediatamente he reconocido lo que con frecuencia ocurre en el mundo, el procede irracional de la especie humana. La señorita de este fugaz encuentro con el barba-chivo era la profesora de baile del sexto, veinte años más joven y como desmerito, casada hace un año con un viudo inmisericorde. No he tenido más remedio que dar las buenas noches en esta irrupción involuntaria. La señorita ha girado la cabeza compulsivamente y he visto su hermoso cuello sellado en el baño del amor y el seductor infiel retratado ha seguido sonriendo en su necesidad de dar normalidad al asunto.

Cosa he de decir que salí del portal sospechando si lo que había visto había sido producto de mi imaginación o no, y hasta choqué con un viandante nocturno que había salido a sacar a paseo a un perrillo negro. Hice tiempo esperando que los amantes discernieran tranquilamente y retorne nuevamente al portal, no esperando encontrar, esta vez, a nadie.

Cuando abrí la puerta y ya introducido note la presencia del vecino que me chistó por lo bajo. Estaba solo y las lágrimas crecían por sus mejillas. Me rogó que no contase nada a nadie, ni a mi propia mujer y me ha ofrecido dinero, su propia ganancia mensual, a cambio de mi silencio. Ha prometido enriquecerme con tres mil euros y se ha opuesto a continuar con la relación con la profesora. Su genio se ha venido abajo cuando desde el descansillo del tercer piso su mujer le llamaba por su nombre.

“No te preocupes, que no sé de que me hablas. Mis ojos nadan han visto y ni un punto me enriquece esta historia. Guárdate tu dinero y de tu conciencia, échale valor y espíritu y corre a responder a tu mujer que te llama”. Con estas palabras di por zanjado el asunto y he pensado que sería cosa cuerda que en la próxima asamblea de vecinos se volviera al antiguo pulsador “analógico” para dar la luz en la escalera del portal.

La historia del dueño del Video-club del barrio.

La historia del dueño del Video-club del barrio.

Cuando me cambié de barrio todavía existían los Video-clubs. Esos lugares bien cargados de películas VHS y Beta en estanterías hasta el techo. Eran locales esenciales, de ensueño. El mundo del cine domestico en una gama extensísima de títulos.
El sitio que me ocupa era un local semisótano de los que muchos aseguraban ofrecía una variedad de películas sin competencia. Llegar allí tenía miga e ingresar como selecto socio venía acompañado del aval de dos socios antiguos. Yo avalé a un compañero de trabajo que se fue a vivir cerca, no le sirvió de nada. El dueño del Video-club desestimó su solicitud. Necesitaba dos avales.
El local, como lo describiría, era lúgubre, exótico, recargado hasta la saciedad. Cuando alquilabas una película, te llevabas la cinta y la carátula original. Los comentarios cinéfilos del encargado eran reconsideraciones de lo que por allí se manifestaba. Había casi siempre pequeños corrillos que apreciaban lo que llamaríamos cine de segunda. Largas conversaciones describían minuciosamente temas pésimamente conocidos y las escenas fundamentales de Rambo, Bruce Lee o Indiana Jones alegraban a los expedicionarios que aparecían por detrás de las estanterías repletas. Por fuerza, las carátulas enseñaban el lomo y no la portada, al estilo Blockbuster, con lo que encontrar un título era tarea azarosa. Así, me perdía muchas tardes en aquel Mare Mágnum inmenso.
Han pasado unos años y el Video-club cerró. El Blockbuster de la plaza también cerró. Hoy acabo de alquilar una película en otro pequeño Video-club, reducto de lo que fueron estos negocios. Lo hago por contribuir de un modo sostenible al mantenimiento de estas rarezas actuales en peligro de extinción ante tanta descarga salvaje. Tengo físicamente mi película en casa, en soporte DVD.
El dueño de aquel viejo Video-Club hace meses le reconocí por la calle. Me abre la puerta cada vez que voy a comprar al supermercado DIA del barrio. No trabaja, quizá acuciado por la actual crisis o por algo peor. Siempre saco algo de suelto de los bolsillos cuando termino la compra, le doy alguna moneda y encarecidamente las gracias cuando me abre la puerta del establecimiento. Todavía tiene la sonrisa de los viejos cow-boys de los Western de antaño.

 

conversación con un gato

conversación con un gato

Me he quedado solo. En una ridícula soledad. Sin Thor y sin Logan. Trascurre la tarde entre los oscuros escenarios abandonados. Un gato me acompaña. Me sale al encuentro. Me empuja para que le acaricie, íntegramente. En uno de esos momentos en los que me hallo arrastrando la mano hacia su cabeza de gato, aprecio la sensibilidad del pequeño animal. Su dueña me ha cargado con él durante unos días. Su vida de gato atesora el gusto por estar cerca de los humanos, por soportar con habilidad innata nuestras indiscreciones. Nadie cree que no entiendan pero entre una taza de café y la colaboración de su amable silencio he decidido hablarle.

“Quisiera, Gato, que no sólo tu estuvieras presente entre estas cuatro paredes, y que la nostalgia me marcara el itinerario inevitable y nos lanzara a la carrera entre los frondosos valles y los caudalosos ríos rumbo al ilustre destino que la desdicha me ha negado. La fuerza que siento por la ausencia de Thor y Logan causan mi pena. Arrojarme al monte debiéramos, a sabiendas de abandonar mi trabajo y mi indumentaria de hombre domesticado, de poder convertirme en mente libre que ve la luz y no encontrarme con la infortuna de hallarme lejos de los que son mi inmensa alegría”.

Estando en yo en estas reivindicaciones, a las que seguían otras conversaciones en las que corrían por la mismas sendas turbulentas de la afectación, el Gato, insomne, aportó su cultivada ciencia de gato con una naturalidad sensata que me dejó perplejo.

“Que dices hombre, ¿que ansías? ¿Que proclamas? estas vencido por el delirio, tu llanto es la espada que se clava en tus esperanzas. Tu arma es tan inhábil como el vino que os impide dilucidar. Asómate al balcón y deja mecer tus ralos cabellos por el soplo del aire de la tarde, por la certeza del regreso de Thor y Logan, por los dulces presagios de la recompensa de tu esposa en su vuelta”.

Ante tal disquisición, no entre hijos y padres, o entre esposos, sino entre un hombre y un gato me apresuré a contrarrestar las desbordadas razones gatunas.

“Tienes razón, amigo. Las bondades de tus razones son puras y no olvidaré palabras tan equilibradas como sensatas. Vivo como hombre, bajo la luz del sol y las tinieblas de la noche y de buena raza es ser excelso en la paciencia. Tal conducta me avergüenza pero he recibido bien tus nobles palabras y sabré esperar el regreso de mis seres queridos con más confianza que antaño Penélope con Ulises”.

Así pues, hice caso a mi ilustre compañero de sus consejos y dediqué el resto del día en otros propósitos. Ahora me dirijo en este destierro a una de las salas de cine de los Renoir donde proyectan la película de Steven Soderbergh, “Che, el argentino”. Pero esto, ya es otra historia.

Las energías ocultas

Las energías ocultas

Las energías ocultas no encajaban en los primeros meses de matrimonio de Patricio. Llegó a un punto donde la cotidianeidad generaba aspereza. La acelerada transformación se había ido produciendo sin darse cuenta. Por un seductor tópico decidió casarse por amor, pero lejos de extender su  privilegiado estado generó en el resto de sus amistades un rechazo al descubrir que no eran necesarias como tiempos atrás. Encerrados los novios, a voluntad propia en su núcleo, el misterio suscitaba inmisericordia. Poco tenían que ver, en adelante, las inexistentes historias de amor que se negaba a reconocer Patricio y ese enigma escondido entre cuatro paredes que eran sus angustias infantiles convertidas en pesadillas inconscientes. Sus experiencias posteriores descubrirían lo más indigno de la naturaleza humana. La miseria representaba el aliento que repentinamente se cruzaba con él en la alcoba cada noche.

Ante la ínfima presencia de Patricio llegaron con la precisión milimétrica del virus los suegros que se iban ajustando a la faja del hogar, luego fueron cobrando los cuñados su predio y la amenaza de la estabilidad fue un olvido perpetuo que acabó convertida en un presente inquietante. La farsa y la ligereza marital se relacionaban a lo largo del amargado desconcierto con la consolidación de un ambiente siniestro, esbozado en la deleznable imagen de su suegra que sin pudor, se desnudaba por toda la casa o cuando en su grandilocuencia carnal producía sonoridades acústicas, como las de un trombón, llenas de remordimiento. Desesperado y deprimido Patricio encontraba territorios inexplorados por la casa y perdía el tiempo observando el vuelo de las moscas o el descascarillado barniz de la tarima de las habitaciones. Sin trabajo y cobrando una miserable prestación participaba de una realidad insignificante. La oscura surrealidad se fue mezclando con el círculo vicioso del narcotráfico de los cuñados que aportaban dinero y parafernalia a la casa que había pertenecido a los padres de Patricio. Todo aquello desencadenó un ambiente de fanfarria y de encendidas disputas familiares.

El sabor rancio de una comida plagada de especies y la falta de higiene desencadenó varias plagas de gastroenteritis con lo que se instalaron en la casa varias asistentas que no eran otras que meretrices camufladas. La familia no merece justificación pero observando el exotismo culinario se descubría el tremendo drama por el que había de pasar Patricio. Al abandono de la monogamia consecuencia de una de las largas noches de lujuria y desenfreno habría que añadir que el alcohol y la cocaína engendrarían dos miembros más producto de las enseñanzas tribales que implícitamente el patriarca de la familia imponía al clan Botella.

Patricio no gozaba, por supuesto, de miramiento alguno entre los Botella pero en una de esas fiestas que eclosionaban los fines de semana, el cuñado más joven le ofreció una puta que le sobraba. Observando al suegro abrazado a alguien que no era su mujer y la conducta del resto de la concurrencia manifestó Patricio un interés por aquella muchacha de facciones ingenuas. Con una muestra de naturalidad familiar insospechada la mujer de Patricio llegó al sórdido dormitorio dónde yacía el adultero, le asestó una puñalada por la espalda a Patricio cuando se disponía a besar el pubis de la chica. El hondo aliento le abrió paso a la otra orilla del río del Hades. A la chiquilla le causó profundo impacto aquellos borbotones de sangre espeluznante pero rápido la agarró por el cuello la homicida. Cuando cayó al suelo Patricio, las dos mujeres se hallaban voluptuosamente besando y acariciando en un juego construido a base de muerte. Un susurro imperceptible salía de la huérfana boca de Patricio: “Ruth”.

 

el rayo verde

el rayo verde

Bajo ciertas condiciones atmosféricas hay un momento, brevísimo, en el que alguien en algún lugar divisa al rayo verde. Quién lo ve, tiene un indicio del amor verdadero.

ver el rayo verde: 

http://antwrp.gsfc.nasa.gov/apod/image/0701/greenset_pivato.gif

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Fernando Sánchez Dragó.

Fernando Sánchez Dragó.

He recibido alguna “observación” acerca de la colocación del blog de Fernando Sánchez Dragó entre las entidades linkeadas que voy leyendo de una forma más o menos temporal.

La verdadera realidad es que siempre me gustó más escucharle que leerle. Su discutida personalidad se eleva hasta las alturas desde la pesadez ordinaria o desde la lucidez, pero se eleva como un misil polifónico en TVE o como una cortina de humo gris en Telemadrid.

Sería deshonesto tildarle de fantoche mediático por su descuidado lado amable, su prepotencia intelectual o su narcisismo. Se enjoya de vocabulario pero los valores "..."  de Dragó logran la confianza con la relativa libertad de su palabrismo. Se trata de una versión humana original, controvertida, capaz de pensar y de generar propuestas inteligentes en el vasto y mediocre paisaje humano.

 Gracias a unos atributos intelectuales exquisitos y a una esplendorosa "mala" vida es capaz de hacer frente a lo irrelevante y a lo ideológico, de manera que el caos y la naturaleza humana coexisten como la mente y el corazón dan vida a un ser.

Dragó con tantos años de experiencia a sus espaldas, por setenta creo, va hundiendo sus raíces en la invención extraordinaria, ajustada a su personal “honestidad” subyacente, y en las interconexiones del qué pretende conocer. Cuando empieza a narrar, obliga a qué sintamos el oleaje fuerte de las contradicciones humanas y del hermetismo intelectual.

Se perciben estas ideas en su etapa televisiva actual de maneras diferentes, cuando son incesantes en lo político o cuando se mueven en otros terrenos más responsables. Cada madrugada de manera insondable no deja indiferente a nadie. Sus expresivos textos en las Noticias Noche se escurren por la pendiente de la historia con unos escorzos imposibles de sostenerse razonablemente. Recurre frecuentemente a composiciones antiZapatero, más cerca del azote obsesivo por demostrar lo que sabe en la medida de negar la integridad humana del Presidente de Gobierno. Por el contrario, cuando se mueve en otros terrenos más literarios o de profunda espiritualidad y mística, se acerca al gas que emana la poesía que se apresura a volar por encima de los melancólicos muros de la eternidad.

Recuerdo yo muy joven, una presentación que hizo Dragó en TVE, la única televisión. Me conmocionó tanto. Fue la épica introducción hecha ante los telespectadores por la gran controversia surgida por la emisión en la caja tonta de “La última tención de Cristo” de Martin Scorsese. Los ojos vendados de muchos españoles miraron al futuro. No había que temer ante otros conocimientos, ante otras ideas.

Cuento: Anónimo hindú.

Cuento: Anónimo hindú.

Un niño de la India fue enviado a estudiar a un colegio de otro país.

Pasaron algunas semanas, y un día el jovencito se enteró de que en el colegio había otro niño indio y se sintió feliz. Indagó sobre ese niño y supo que el niño era del mismo pueblo que él y experimentó un gran contento.

Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme satisfacción. Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él y tenía su mismo nombre. Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable.

 

 (Mañana tengo contar un cuento en el colegio de G., no será este) 

 (foto CARF. Projeto Beija-flor: http://www.yesterdayslife.com/photofront/carf )

Sitio*TAXI

Sitio*TAXI

Antoni Abad (Lleida, 1956) es un artista que ha llevado a cabo un proyecto singular: sitio*TAXI. Escribo este post en relación al escenario cercano y a la bitácora de Travis Bickle

La realidad que rodea a los taxistas registrada por medio de teléfonos móviles, grabaciones, cámaras fotográficas y publicaciones recorre Internet. El ideólogo de este experimento quedó fascinado de este ensayo público sobre un colectivo omnipresente en las grandes ciudades. Eligió México D.F. metrópoli de 22 millones de habitantes y 130.000 taxis.

Los taxistas son cronistas de su propia experiencia y los mensajes fluyen en la red. Este proyecto es una aproximación a las zonas oscuras de la ciudad. Los fragmentos rotundos de hiperrealidad, amen del inopinado sentido del humor de muchos participantes configuran un calidoscopio tremendo. Una de las consignas es atreverse a leer, escuchar y ver.

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Enlace de sitio*TAXI:  www.zexe.net/MEXICODF