Aquel niño se detuvo frente a la maestra. Sin pararse a pensar, se encontró en el área de batida de la señorita Luisa. A la mente no calculadora de la instructora le llegó un indicio de un comportamiento impropio. A Luisito le impulsaba estar cerca, lejos de los matones de la clase, y concebía las circunstancias personales de manera sencilla. La señorita Luisa, susceptible esa mañana por una intangible noche de pasión amorosa no correspondida, no acababa de recuperar la compostura. Un gesto de rabia contenida y acritud añadía a su lamentable vestuario una imagen patética. Luisito apareció por el patio perseguido por dos pillos. La maestra, hundida por el momento deprimente, se acerco a Luisito. Le propinó un sopapo de tres pares de cojones sin venir a cuento, el niño acabó dando dos vueltas y media en el aire antes de incrustarse contra el suelo. Se hizo un silencio tremendo o peor aún, inolvidable.
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