Yos me ha ayudado a levantar una escalera, al cielo, en la casa de la Sierra. Ha derribado un muro con una maceta de tres kilos y allanado un vano con tarima de pino gallego. Yos es mi hermano. Atiende de un modo inalámbrico a la sangre. Ha convivido esta semana con los parroquianos del otro lado de las montañas. Su innovación es principio y fin. Sus acciones habituales viajan hasta el infinito como en el mundo de las maravillas y retornan para cometer tentativas inverosímiles. Su implicación es evanescente y su cultura está más cerca de la relación cotidiana con allegados que con los vínculos interdependientes de la Aldea Global. Vive en un pueblo semihabitado de la Castilla profunda con nuestros padres, encadenado a la música compulsiva de los aerogeneradores y a la discreta heterosexualidad que impone la disciplinada demografía.
Le escucho cómo habla, colocando a golpes un taco de madera. Come algo menos de lo que le dicta su estomago y conversa con cierta extravagancia. Cómo rebobina en el pasado... cada uno lo capta como encontrando sus gustos y sus utopías. La composición de la vida… tan diferente, con aquellas manos desolladas por no querer utilizar el atornillador eléctrico, me parece no entenderle.
Inicia ahora su otro camino, algo confuso, de hombre feliz o casi, que no es lo mismo. Se ha ido definitivamente de Madrid.
El domingo terminamos la obra, a medias por falta de rasillas, y con la escalera de madera acabada. Empiezo a orientarme con quien nunca dudó en auxiliarme en mis proyectos iniciales y me dío todo. Han pasado los años de este modo de concebir nuestro tiempo y siempre estaremos juntos. Todavía le debo dinero, favores, hostias. La familia es algo que debemos preservar como nuestro destino.
Me llega un mensaje inesperado al móvil, es habitual la falta de cobertura en "X", ha fallecido el padre de London, un amigo reciente. Pienso en London y en esa ausencia de referencias que a todos nos van llegando.
Yos, cuida mucho a los viejos.