conversación con un gato
Me he quedado solo. En una ridícula soledad. Sin Thor y sin Logan. Trascurre la tarde entre los oscuros escenarios abandonados. Un gato me acompaña. Me sale al encuentro. Me empuja para que le acaricie, íntegramente. En uno de esos momentos en los que me hallo arrastrando la mano hacia su cabeza de gato, aprecio la sensibilidad del pequeño animal. Su dueña me ha cargado con él durante unos días. Su vida de gato atesora el gusto por estar cerca de los humanos, por soportar con habilidad innata nuestras indiscreciones. Nadie cree que no entiendan pero entre una taza de café y la colaboración de su amable silencio he decidido hablarle.
“Quisiera, Gato, que no sólo tu estuvieras presente entre estas cuatro paredes, y que la nostalgia me marcara el itinerario inevitable y nos lanzara a la carrera entre los frondosos valles y los caudalosos ríos rumbo al ilustre destino que la desdicha me ha negado. La fuerza que siento por la ausencia de Thor y Logan causan mi pena. Arrojarme al monte debiéramos, a sabiendas de abandonar mi trabajo y mi indumentaria de hombre domesticado, de poder convertirme en mente libre que ve la luz y no encontrarme con la infortuna de hallarme lejos de los que son mi inmensa alegría”.
Estando en yo en estas reivindicaciones, a las que seguían otras conversaciones en las que corrían por la mismas sendas turbulentas de la afectación, el Gato, insomne, aportó su cultivada ciencia de gato con una naturalidad sensata que me dejó perplejo.
“Que dices hombre, ¿que ansías? ¿Que proclamas? estas vencido por el delirio, tu llanto es la espada que se clava en tus esperanzas. Tu arma es tan inhábil como el vino que os impide dilucidar. Asómate al balcón y deja mecer tus ralos cabellos por el soplo del aire de la tarde, por la certeza del regreso de Thor y Logan, por los dulces presagios de la recompensa de tu esposa en su vuelta”.
Ante tal disquisición, no entre hijos y padres, o entre esposos, sino entre un hombre y un gato me apresuré a contrarrestar las desbordadas razones gatunas.
“Tienes razón, amigo. Las bondades de tus razones son puras y no olvidaré palabras tan equilibradas como sensatas. Vivo como hombre, bajo la luz del sol y las tinieblas de la noche y de buena raza es ser excelso en la paciencia. Tal conducta me avergüenza pero he recibido bien tus nobles palabras y sabré esperar el regreso de mis seres queridos con más confianza que antaño Penélope con Ulises”.
Así pues, hice caso a mi ilustre compañero de sus consejos y dediqué el resto del día en otros propósitos. Ahora me dirijo en este destierro a una de las salas de cine de los Renoir donde proyectan la película de Steven Soderbergh, “Che, el argentino”. Pero esto, ya es otra historia.
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Moebius -