La chica del ascensor.
Por motivos ajenos, parte del personal de mi trabajo nos hemos tenido que mudar. No sé lo que tardaremos en volver al Oasis de antaño. Atrás dejo el esplendor de lo que era un marco incomparable, casi en la mismísima naturaleza, y se empieza a cocer otro caldo con más coches y polución. Las nuevas oficinas están en la zona de Nuevos Ministerios y ahora, utilizo un ascensor para acceder allí. La mañana del jueves pasado entro conmigo una señorita en dicho elevador, rondaba mi edad y, a mi entender, era bastante atractiva. Presionó el botón de la tercera planta y en una inconcebible decisión yo no apreté el botón que correspondía al 5º, que es dónde están nuestras nuevas oficinas. En el trayecto definido me desconecté de la música de The Who que iba escuchando y ella se organizó su larga melena. En ese momento llegamos a la planta tercera. Ninguno salimos, estuvimos un instante mirándonos y probé, ya que ella no iniciaba la maniobra, a tocar en el cuarto, por error del subconsciente. Rápidamente llegamos por supuesto, yo no tenía ningún motivo para descender allí, de modo que espere a alguna iniciativa por parte de la chica. En esa ausencia de movimientos y de pocas palabras, no había elementos que entorpeciesen ninguna opción deseable pero no ocurrió nada. El hecho de estar emparejado me hace renunciar a la mitad de la población y el consiguiente paso fue teclear el botón del 5º. Cuando la prepuerta de la caja se abrió, mi tendencia fue salir primero empujando la segunda puerta de afuera con la mano pero esta señorita, de manera explicita, me hizo saber que allí se bajaba también. Nos hallábamos en el descansillo y los efectos de este nuevo distanciamiento nos daban sensaciones de claudicación de aquella tentación estúpida. Entramos en la misma oficina, era una compañera de Servicios Centrales que no conocía. Me dirigí a mi mesa con esos dardos envenenados clavados en el corazón.
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