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el rayo verde

está escrito

Adiós.

Adiós.

Se acabó. Se cierra esta estancia, así empiezan otras aventuras. No encontraba ya más sentido a escribir aquí, la experiencia interior está saldada. Me interno en otras historias, en otras búsquedas, en esos dos pequeños locos que surgen tan de cerca y que difuminan la idea de mi yo. Mi desencuentro con el rayo verde ha terminado.

Un sincero abrazo.

La poesía es un arma cargada de futuro.

La poesía es un arma cargada de futuro.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quién no toma partido
partido hasta mancharse.

(G.C.)

La Feria del Libro de Madrid 2009.

Todas las mañanas cruzo el parque del Retiro. Ahora están las casetas de la Feria del Libro de Madrid. Están cerradas, desiertas de gente y del repertorio de sandeces de algunos supuestos escritores y de sus supuestas intenciones solemnes. En otro orden de cosas, ahí están los seguratas de ¿Prosegur? y unos vigilantes y vigilantas, regordetes y regordetas, de amarillo que expresan profunda simpatía en ese noble destino que es custodiar los lotes de libros que los proveedores madrugadores depositan al pie de los mostradores.

Ahora hay muchos vehículos rondando y me aplico en tener cuidado en no chocar contra uno de ellos. Se nota que va llegando el verano, voy leyendo los carteles rojos y blancos de las casetas: “Fábula”, “El Corte Inglés”, “Antonio Machado”, “Visor poesía”…qué dificultad, que destino de trabajos, de libros, de sueños… Zafón anda por ahí firmando, Icíar Bollaín por acullá… luego hay otros… Victoriano Viñuelas, Javier Yanes, JuanMa Castaño, nombres tal vez ejemplos de maestros o rufianes pero que inconscientemente se diluyen en mi mente.

 

Todos los días reparo en unas fotografías de gran formato colocadas en unos soportes en el paseo. Voy con mi bici y en la proximidad descrita a esas vallas es como pasar hojas de una revista deprisa, algunos inválidos viejecillos como capones se plantean tareas más minuciosas y los tengo que esquivar. Cuando termino de recorrer la Feria, como cada mañana, esa larga serpiente de opiniones y testimonios, respiro, salgo de nuevo al pequeño mundo.

La vuelta, es al revés.  

Acaba de morir Mario Benedetti.

Acaba de morir Mario Benedetti.

Aquella tarde crucé Madrid protagonizado por una mujer. George no me ubicaba. Quedábamos a escondidas. Cogí el 28 y las ilusiones se reflejaban en los cristales oscuros. Mare había llegado de Oriente esa primavera como una flor de cerezo. Nos conocimos gracias a George y vislumbramos las coordenadas eternas del amor a través de la imagen exclusivamente. Cuando nos pusimos a conversar un arco iris se desplegó. Amaba a Benedetti. Fuimos amantes.

 Habíamos quedado esa tarde y no sé porqué, me bajé unas paradas de autobús antes. Me apetecía pasear y estaba la Feria del libro en el Parque del Retiro. Recorrí el paseo principal dónde las casetas se hallaban asediadas por las masas de lectores. Algunos autores firmaban ejemplares y se producían extrañas conexiones. De repente, vi a Mario Benedetti. Menudo, encañonado por los diálogos de verdaderos admiradores y enfrentado placidamente a los diversos procesos que allí transcurrían. Con su trabajo, con su gente, con sus puestas de sol... allí estaba.

 En un esfuerzo mínimo me permití agarrar un libro de sus poemas y sosteniéndolo como pude, se lo acerque. “A Mare, por favor. Quiero se lo dedique a una persona sobre la que usted ejerce un raro poder abstracto”. Mario alcanzó el libro con la compresión de un arquitecto ante un arco de medio punto. Analizando rápido la petición y con la sensibilidad alargada a su puño, escribió algo sencillo. “Espero que su amiga comprenda”.

 Con ese tesoro bajo el brazo marché hacía el lugar de la cita, la iglesia de Los Jerónimos, muy cerca del Museo del Prado. Cuando Mare vio el libro sonrió, con la deliberada sonrisa de una musa. No tenía ni idea de lo que iba a ocurrir.

Esther Tusquets (Barcelona, 1936).

Esther Tusquets (Barcelona, 1936).

Llegan libros como este de Esther Tusquets: “Habíamos ganado la guerra” que se agradecen. La complejidad histórica-biográfica que narra la autora la acepto y no busco fisuras, no puedo desencudriñar soluciones tras las palabras de las que se intuye sinceridad. Es imperioso no ir más allá del proyecto de la escritora pues sería plantear cuestionamientos personales, me alcanza eso si, las virtudes de una persona que relata vivencias sin más, sin temor a los convencionalismos. También soy consciente del riesgo a equivocarme.

Lo que logro captar del libro son los movimientos de cambio a lo largo de una vida, sin renunciar al pasado ni a la heterogeneidad de las circunstancias. Es de reconocer la descripción crítica que hace sobre la rigidez de las normas sociales, sobre la hipocresía de la sociedad privilegiada de la clase burguesa en la Barcelona de la posguerra y el desencanto de esa pretendida buena moral. Las elipsis en esta historia no merecen la pena pararse a pensar. Ya está, es así. ¡Oh, las críticas! que infunden tanta obsesión por colonizar los vaivenes ideológicos.

Después he leído alguna entrevista a Esther Tusquets y el personaje se me ha vuelto más interesante. Me he enterado que padece Parkinson (nació en 1936) y la amargura repercute en mi, en saber de cualquier desgracia, que se me acaben desvelando estas sistemáticas destrucciones de las personas. En el fondo, supongo será su último viaje, quedarán sus libros que nos mantendrá vivos y las personas que la conocieron.

“La Celestina” (1499) de Fernando de Rojas.

“La Celestina” (1499) de Fernando de Rojas.

Melibea a Calixto

 

“Tú lloras de tristeza, juzgándome cruel; yo lloro de placer, viéndote tan fiel. ¡Oh mi señor y mi bien todo! ¡Cuánto más alegre me fuera poder ver tu faz, que oír tu voz! ... Limpia, señor, tus ojos, ordena de mí a tu voluntad”.

 

La era de los hombres sin atributos.

La era de los hombres sin atributos.

Aquí leyendo, por trozos el periódico “El País”, me fijo en un artículo de Xavier Theros y Enrique Vila-Matas. Va sobre la era de los hombres sin atributos, sobre “el anonimato como arma de resistencia en la sociedad de la sobreinformación”. Explican, entre otras cosas, que parte de nuestra experiencia vital se sume en una peligrosa alternativa: la pérdida de interés por todo lo que constituye nuestra vida cotidiana en pos de tecnología, también “sobre la multitud de anónimos que van cambiando el tablero de juego y ampliando horizontes”. Es realmente interesante hacer un recorrido por este denso artículo, página 42 del martes.

Este blog, del cual mantengo el “anonimato”, es una síntesis de mi ente (hombre biológico-sentimental-pasional-cultural) traspasado a las nuevas tecnologías. Todavía no he tenido una perdida de interés por la realidad, me absorbe cierto tiempo el escribir y leer, pero tengo otras voluntades que configuran mi verdadera esencia. Lo que Amando Fernández-Savater, un autor que citan en el artículo, llama el anonimato conectado es el resultado de lo que me mueve a escribir. En la red espero encontrar o qué me encuentren: personas-anónimas. Mi leitmotive es conectarme con otros seres y conocer otras ideas. Comunicarme con los demás.

Por las noches, cuando duermen en casa, dedico un par de horas a leer y escribir, lo que yo llamo tender un puente de parte con mi experiencia vital diaria. Es indiscutible, este paseo lo doy en las horas nocturnas, oculto e invisible, como hacían ” los individuos que se pasean al caer la tarde  y conectan y dialogan con otros seres anónimos y hablan sobre la posible verdad de las cosas, una verdad que esperan ir construyendo juntos”.

Yo hago mi vida normal diaria, no soy un refugiado de la vida real. Mi única finalidad es dar eternidad al amor que siento.

Caída de bici.

Caída de bici.

Caída de bici (Étienne Davodeau).

Después del hostión vi la vida oscura por un momento. Salí de casa esa mañana y Waity insistió una vez más, “Ponte el casco”. En mi corteza cerebral tengo un sólido escudo para los golpes y para hacer oídos sordos a los archisabidos consejos. A mi manera hacía caso, como deshojando una margarita, pero aquel día no lo agarré y salí a pelo camino al trabajo. En el viaje de vuelta ocurrió ese inesperado momento y salí lanzado por el aire, quemando metros de acera con mi chupa del Zara, adentrándome en la tensión lírica de las caras de los transeúntes. Una mujer y un hijo lanzaron un grito sordo a raíz del impacto. Por mi mente corrió mi infancia y parte de la conversación en casa, el olor trepidante del café y la sonrisa de los niños. Antes de que pudiera reclamar otros recuerdos, con enérgica violencia, propiné un golpe seco al suelo con la base de la nuca y continué rodando. Alguien a mi lado se quejaba de un brazo. Formaba un misterioso encuadre desde mi posición en decúbito supino, en el cenit tenía un largo recorrido hasta el cielo con numerosas nubes y en la tierra me hallaba rodeado de gente en un gran silencio público. A la hora de evaluar los resultados del accidente, no apuntaba nada mal. Podía mover las extremidades y el cuello. Mi ineludible amigo continuaba quejándose, apoyando ahora su espalda en una farola. Una mujer de ojos verdes me susurro algo y adquirió cierto protagonismo en esta espera. Me dijo que pronto llegaría una ambulancia. A los diez minutos, seguía sin aparecer rastro de ayuda y pude levantarme del suelo. El encomiable vecino descargó sus responsabilidades contra el Ayuntamiento por la manera de gestionar los espacios públicos, y en un momento de descuido desapareció. Miré a mi bicicleta con algunos desperfectos y pude colocarle la cadena que se había salido de su posición. Ojos Verdes no quería dejar que me fuera hasta que no llegaran las asistencias, de mi cabeza brotaba un chorro de sangre y era condición para que no me moviera de allí pero con un relativo equilibrio pude proceder a subirme en la bici y a largarme con un dolor poético en todo el cuerpo.

Cuando llegué a casa me di cuenta que había guardado en mi memoria una infinidad de matices, de una fidelidad sorprendente. En esos detalles precisos asistía, una y otra vez, con mis pensamientos al momento del accidente cuando vi saltar el reloj ruso Vostok que llevaba en la muñeca esa mañana. Rápidamente me eche mano a mi muñeca izquierda, pura realidad material, en una tentativa de que solo fueran imaginaciones pero el reloj había desaparecido. Intenté recuperarlo yendo al lugar, con las estrictas fuerzas lo busqué. Nada. Solo quedaban las huellas, el frenazo y restos de sangre de mi cabeza.

El rayo verde de Julio Verne. Cap.I.

El rayo verde de Julio Verne. Cap.I.

-Buenos días, tío Sam –dijo.

-Buenos días, querida hija.

-¿Cómo vas, tío Sib?

-¡Perfectamente!

-Elena –dijo el hermano Sam-, tenemos que arreglar un asunto contigo.

-¡Un asunto! ¿Cuál asunto? ¿Qué habéis tramado? –preguntó miss Campbell, cuyas miradas, un tanto maliciosas, se dirigían sin cesar a uno y a otro.

-¿Conoces a ese joven, el señor Aristobulus Ursiclos?

-Le conozco.

-¿Te desagrada?

-¿Por qué había de desagradarme, tío Sam?

-En ese caso, ¿te agrada?

-¿Por qué ha de agradarme?

-En una palabra, mi hermano y yo hemos resuelto, después de maduras reflexiones, proponértelo para marido.

-¡Casarme! ¡Yo! –exclamó miss Campbell soltando la carcajada más estrepitosa que jamás habían repetido los ecos de la galería.

-¿No quieres casarte? –dijo el hermano Sam.

-¿Para qué?

-¿Nunca…? –dijo el hermano Sib.

-Nunca –repuso miss Campbell adoptando un aspecto serio que desmentía su boca sonriente-. Nunca, tíos míos…, hasta que no haya visto…

-¿Qué? –preguntaron el hermano Sam y el hermano Sib.

-¡Hasta que no haya visto el Rayo Verde!

 

Primera Parte.

Capítulo primero.

EL RAYO VERDE de Julio Verne.

El lado frío de la almohada (2004).

El lado frío de la almohada (2004).

El señor que tiene un perrito que ladra a los otros perros es tan previsible como la rinitis de Ana. Se acerca dando rodeos, entre los bancos de la plaza, en busca de una victima propiciatoria. Convencido de sus argumentos seguirá el próximo martes, si no hay caza, con lo mismo. Me va erosionando el aguante, así cada día. He llegado a una condición humillante, suelo acercarme a la plaza del barrio como un marine. Sigilosamente. Por entre los coches aparcados en batería oteo y, ante el inagotable poder de resistencia del que llamamos en casa “El de lo social”, aspiro a pasarle desapercibido. Cuando me pilla por banda el desconcierto es mayúsculo, la inmigración, el gobierno de Zapatero, las empresas, la refundación del capitalismo,... artillería pesada. Es desesperante como defiende a Esperanza Aguirre pero es histórico como consigue ponérmela en contra de un modo específico. No es brillante en sus locuciones, ahonda persistentemente en un estilo mucho más zafio que el de un famoso locutor de radio de las mañanas, sino es demagógico y mientras no aguanta como dice la suciedad de los bares, no se da cuenta que su perro se ha cagado en una esquina de la plaza o no quiere darse cuenta. Los horrores de la política socialista salen a la palestra otra vez y los dispositivos innatos de barrera acústica en mis oídos se activan.

Ahora mientras “El de lo social” mueve la boca haciendo muecas pienso en el último libro que estoy leyendo de Belén Gopegui, no me ha quedado claro algo de la protagonista Laura Bahía que había quedado en verse con otro personaje en un lugar. Estaba en una exposición de pintura sobre un pintor que trata sobre el viento ineludible que rasgea los toldos de las playas y demás. Laura se acerca al otro personaje del que parece se esta enamorando, se rozan. “El de lo social” me mueve el brazo, se conoce para tener la certeza de que le sigo en sus  disquisiciones, sin embargo no consigo oír lo que me está diciendo, como el americano que está con Laura más abierto a otras consecuencias. Laura sigue hablando sin darse por enterada que el americano la vuelve a rozar con su brazo. Se besan. Los labios del hombre se acercan de nuevo a los de Laura y las bocas se abren como los remolinos de lo sueños. Sigo sin inmutarme, la experiencia va llegando a su fin porque las cuatro patas de Otto han doblado la esquina y “El de lo social” se va detrás. Me quedo mirando a un ciprés que apunta al infinito y veo la copa cimbrearse por el viento en busca de una expresión artística en ese movimiento. También sueño de ese lugar del lado frío en la almohada, del que habla Laura, y en dónde tenemos los sueños que no se cumplirán.

Poca voluntad y mucha TV, fracaso escolar seguro.

Poca voluntad y mucha TV, fracaso escolar seguro.

Trascribo esta carta a los lectores publicada en El Periódico de Catalunya de hoy. Me ha parecido esclarecedora y atinada.

 

"Poca voluntad y mucha TV, fracaso escolar seguro".
por Arturo Ramo García
Teruel

"Una de las causas de los malos resultados de los estudiantes es, según los informes, su falta de voluntad y de esfuerzo en la constante tarea de aprender. Dicen los especialistas en educación que la voluntad debe ser fomentada especialmente en los 10 primeros años de vida. Si en esa etapa no se ha conseguido una disciplina educativa de la voluntad, después todo será más costoso. Se puede llegar a la imagen del niño mimado que quiere hacer únicamente lo que le apetece. Por ese camino se llega a una persona caprichosa y apática, incapaz de proponerse metas y llevarlas a cabo. Uno de los factores que más deterioran la voluntad es el uso excesivo de la televisión. Su influencia es nefasta, pues fabrica jóvenes pasivos, sin ningún espíritu de lucha. Otro efecto negativo de la televisión es que cuando el chico no tiene un espíritu crítico, termina por no distinguir el bien del mal y lo positivo de lo negativo. Y esto sin contar con el contenido negativo de muchos programas: violencia y pornografía.
La persona con poca voluntad no logra alcanzar sus objetivos porque se olvida de su obligación. Una voluntad débil deja su influencia negativa en cuatro aspectos: falta de estabilidad, una vida en pareja inestable porque no sabe ceder ante el otro, una vida profesional mediocre, y pérdida de curiosidad cultural e intelectual. Los perdedores y los triunfadores no se hacen de un día para otro. Los perdedores llegan a ese estado después de años de dejadez y desidia. Por el contrario, los triunfadores saben hacer en la vida ordinaria lo que se han propuesto cada día, y lo hacen sin agobios ni ansiedades, sino con determinación y esfuerzo."

Julio Verne

Julio Verne

Julio Verne siempre me pareció claro, desde el análisis del contenido científico y desde las novelas de aventuras. Se le encasilló con admiración por los avances científicos que describía y por el contenido divulgativo al que nos rendíamos seducidos por los deseos de un mundo más justo y racional. Julio Verne creía en la utopía.

Integró en sus novelas dos cosas interesantes: la sabiduría literaria y la científica. Fue precursor de lo que se denominó en el siglo XX, la tercera cultura. Supo comunicar con los científicos y con los de “letras”, y en definitiva, con el gran público, mención especial al juvenil.

Se imaginó un futuro apasionante y fue precursor o, mejor dicho, se anticipó a los inventos de  épocas posteriores. Se enfrentó a lo que iba a trascender en la historia de la humanidad con conocimiento de causa.

He leído varias obras de Verne, estoy en espera de hacerme con El rayo verde pero las que verdaderamente me marcaron fueron los dos primeros libros que cayeron en mis manos, De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna. Aquí, Julio Verne expone o teoriza en la hipótesis lejana de viajar a la Luna. Se apoya en los conocimientos de la época y aunque cae en contradicciones, las fuentes de su imaginación son inagotables. Lo fundamental de entonces por incomprensible es explicado y si supiéramos que no podía ser tal como aventuraba, no es de locos excitarnos con estos relatos dentro del modelo julioverniano.

La influencia de estos dos libros de Julio Verne fascinó mi imaginación.

Accidente aéreo en Barajas

Accidente aéreo en Barajas

Conmocionado por estos caminos laberínticos hacia el abismo me acuerdo cuando era niño, antes de ponerme en contacto con el horror. Cuando mis padres me separaban del sufrimiento y cuando todo, tenia una explicación convincente. Cuando la imaginación estaba por encima de la realidad, y el amor era radicalmente profundo, ajeno a cualquier provocación de la vida.

Ayer en el aeropuerto de Barajas (Madrid) un avión de la compañía Spanair se estrelló en el despegue, 153 muertos. Sobrecoge la magnitud de la tragedia. También ayer se disputó un partido de fútbol amistoso, España-Dinamarca, no quise saber nada pues es difícil reconciliar estas dos cosas. La vida efectivamente sigue y estas trágicas secuencias aisladas se abren como heridas y cicatrizan.

Salí del trabajo a las tres y en el coche, por la Cadena Ser, estaban dando la noticia. El accidente ocurrió a las 14:45. No daban importancia al suceso pues sólo hablaban de una columna de humo y de un incidente menor en una de las pistas del aeropuerto. Más tarde, me enteré del alcance del fatal accidente. Se iban incrementando la cifra de muertos según avanzaba la tarde hasta llegar a esta mañana, 153. Las descripciones que se hacen de los cuerpos de las victimas son espeluznantes, brutales: hablaban de restos humanos esparcidos, olor a carne quemada, cadáveres desmembrados, cuerpos carbonizados…escenas dantescas como para echarse a llorar.

He escuchado llegando al trabajo esta mañana un testimonio de una superviviente por la radio, tremendo. Me he quedado con su nombre no sé por qué, Ligia Palomino. Vivencias así hacer emerger las nuevas fronteras de la vida. Con un dedo te han elegido para nacer de nuevo. Entre el absurdo e impresionante paisaje de muerte y hierros retorcidos los pocos supervivientes tienen una nueva fecha de cumpleaños.

Recuerdo los dos accidentes aéreos de 1983 en Madrid, yo era muy joven. 25 años después revivimos lo mismo. En Canillejas, mi antiguo barrio, acudieron los vecinos a comprobar in situ la humareda y el rastro de los cuerpos calcinados. Existía un cerro, cerca de la Ciudad Pegaso, dónde era posible visualizar el aeropuerto y ver. En el caso del accidente de Mejorada del Campo se acudía en vehículos particulares, como en una romería, al lugar del siniestro. El seguimiento mediático fue potentísimo y se hacían muchas conjeturas, quizás en el de ayer hay que sumar que ahora hay más televisiones, internet, teléfonos móviles y se llega antes a la información. Lamentablemente, también se roza o se cae más en el morbo o en la falsa condolencia.

* * *

El servicio militar obligatorio.

El servicio militar obligatorio.

Cuando fui a Zaragoza a lo largo de un interminable viaje en tren, de los que se llamaban borregueros, quedé anonadado. Fui a hacer el servicio militar, trece meses y aparecí en una estación dónde ya había policía militar esperando a los nuevos reclutas. Con un lenguaje hilarante comenzaron a dar ordenes a todos los que bajábamos de los vagones y a formarnos en lo que era evidentemente un choque surrealista ajeno a todos nosotros. Aquellos momentos de incertidumbre me arrastraron como una corriente impetuosa a la vida marcial, insensible a la ternura. No faltaba de nada en este irremisible viaje, todo se venia abajo. Era una ruptura que alteraba mi futuro.
La propuesta militar era despertarnos de la torrija mental. El traslado en camión hasta el C.I.R. (centro de internamiento de reclutas) nos advertía de lo que pasaríamos el resto de nuestro tiempo durante el servicio militar. El sentimiento nostálgico se me estaba abriendo incesantemente. Recuerdo con restropectiva asombrosa aquellos momentos, cuando entré por la puerta del cuartel y la desgarrada severidad de los soldados veteranos que gritaban a lo lejos: ¡Quintos, vais a morir! La complicada vida se avecinaba en lo más recóndito e insensible de los mundos conocidos, tan crudo que contrastaba con la vida grata anterior junto a mis padres y hermanos.
Nada de esas primeras impresiones negativas se desarrollaron, por suerte. En la enfebrecida acción diaria de formar para comer, para dormir, para despertarse, para ducharse, y demás metamorfosis, nos íbamos igualando los reclutas como en una democracia a los sombríos personajes del oficio de tinieblas, instrumentos de la maquinaria militar. Adoptando otra dimensión que borraba nuestro domestico pensamiento y adquiriendo un nuevo ingenio para afrontar lo aparentemente banal y manipulador éramos números, el 13123. En medio, un mar de historias: pensábamos en nuestros familiares, novias, amigos, en los días que faltaban para jurar bandera, y en saber cuál sería nuestro próximo destino.
Durante cuarenta y cinco días el entrenamiento fue constante y sinceramente, no me llegué a incomodar con el Cetme ni con esta nueva supuesta faceta prosaica de aprender el himno de la Infantería. Se movían ciertas inquietudes en todos nosotros, algunas convertidas en absurdas certezas o en dudas metafísicas.
Los problemas sentimentales cohabitaban con nosotros, en la camareta hablamos de nuestras novias, nos acompañábamos a la ciudad a beber, demasiado unos y otros en contemplación serena de la realidad cotidiana. Algunos acababan en putiferios y los más deportivos se acercaban hasta la Romaleda a ver al Real Zaragoza o permanecían en la biblioteca del C.I.R. leyendo comics. Entre estas inquietudes supimos de nuestro destino, el mío en una compañía de Esquiadores-Escaladores, y la esperada jura de bandera acaeció.
La jura de bandera era un acto deslumbrante, solemne. Era el ejercicio principal de nuestra estancia en el C.I.R. antes de partir hacía nuestro destino final en el cuartel asignado. Solían venir nuestras familias desde toda la geografía nacional con una tradición imposible de imaginar en los jóvenes que no hayan conocido la mili obligatoria. Independientemente de nuestras convicciones éticas o políticas, el servicio militar era eficaz en transformar el lirismo de la juventud y en hacernos eco de muchas facetas humanas insospechadas. En contra de lo que mucha gente piensa, los valores de solidaridad y amistad estaban latentes en todos nosotros y aquí se expelían del bloqueo mental. Algunos no conseguían engarzar estas intenciones pero eso, es otra parte de la historia.
En el refugio de Cerler (Huesca) estuve parte del Servicio Militar, fue mi destino como soldado durante casi un año. La compañía de Esquiadores-Escaladores tenía allí su sede, pertenecía al Regimiento Valladolid 65 y sin grandes pretensiones, aquellos meses que pasé allí fueron agradables y exigentes en la medida justa, en lo que se denominaban los cursos de vida y movimiento en montaña y algunas guardias. Gracias a unos mandos optimistas, aprendí a esquiar y a resolver problemas en la montaña. Antes no conocía para nada este mundo, debuté ascendiendo a las cimas más emblemáticas del Pirineo y saqué ciertos conocimientos técnicos de las disciplinas alpinistas pero sobretodo, percibí a lo largo del tiempo que la naturaleza ofrecía un deslumbrante panorama y un inquietante intercambio de ensueños.
Recuerdo con agrado al Capitán Soroa, personaje genial, de frases tremendamente rocambolescas que eran una vía de escape a las tensiones diarias o al sargento Labisbal, un tipo sin imaginación pero respetado por la tropa por su gran corazón. El tiempo pasaba sin plantearnos el futuro y en la órbita de los espacios grandiosos del macizo de la Madaleta o del Aneto favorecían las conquistas constantes. Muchos nos interesamos por la Geografía generosa y olvidamos los besos robados a la enfurecida juventud. La expansión emocional crecía en los ventanucos de las garitas y las marchas a la frontera francesa ponían el límite a nuestras andaduras. Los gestos imprecisos del principio se tornaban en vitalidad insospechada y el reemplazo sobreviviente estaba preparándose para su final y se acercaba a ese oscuro objeto del deseo del soldado veterano. En este caso, el objeto de deseo era la “blanca”, como se llamaba a la cartilla que te entregaban cuando te licenciabas, cuando por fin salías como civil del cuartel.
Cumplido el cometido, el deber obligatorio, quedábamos preparados para reingresar en la sociedad civil. En la más conveniente sociedad civil.
Sin ocuparme en elaborar ideas antimilitaristas, el cometido y la importancia de los valores adquiridos en aquellos trece meses trenzaron ideas y criterios que no se disolvieron en mí, sino que me hicieron ser más convincente en la defensa del servicio militar como servicio público, sin disparates ni defensas a ultranza. Personalmente mejoré mi capacidad física, mi experiencia positiva. Puede que fuera un periodo en mi vida lleno de emociones subjetivas. Puede que entonces fuera un inconsciente pero tal vez, en algo me fue intenso y satisfactorio. No escogí pasar allí aquellos trece meses, pero dentro de la cuestión me vi de lleno comprometido con una nueva realidad.
A la hora de recolocar unas pertenencias que tengo en una olvidada caja de mi casa aparece la boina que utilicé entonces. En el devenir de mi propio camino, en el destino que me tiene aguardada la vida, me reconforta pensar que allí pasé un hermoso periodo de mi vida y me trae un recuerdo invocador de a cuantos allí conocí. También recuerdo cuando hablaba con mi madre por teléfono en la oficina de la Compañía. La inexistencia de los teléfonos móviles hacían más esperadas esas llamadas, adquirían un protagonismo desmesurado y encantador. La realidad estaba en buscar la verdadera libertad y las metas por alcanzar. Comenzaban otros tiempos para vivir y me hacía demasiadas ilusiones.

la vida de verdad no está en otra parte.

la vida de verdad no está en otra parte.

Por una reforma en mi domicilio he estado recolocando pertenencias, cruzando las fronteras de la memoria. Han aparecido historias del pasado, con todo lo que aún persiste. En esa intimidad llueven los recuerdos, las primeras cartas, el billete de tren a Hamburgo, las fotografías que subsisten el paso de los años. La capa de polvo cubre esta orografía del corazón. La presencia de ausencias subrayan lo melancólico de la situación y a ello le añado imágenes utópicas que van heredando mis pensamientos.
El tiempo transforma todo y mejora aquel pasado. Menciono en voz alta los cambios propuestos en mi vida: mis hijos que me llevan al amor incondicional, las necesidades materiales diluidas cada mañana, mi singular distinción entre los buenos y malos presagios, mi contención entre las suntuosas posibilidades de las geografías humanas y sociales.

Escucho el eco sonoro de mis propios pasos sobre la tarima en la habitación vacia, recién pintada y sin muebles adonde irá el nuevo dormitorio de los pequeños. Contemplo el ensanche de metros que llevamos a cabo, ganado a otros espacios de la casa, durante este receso caprichoso aparecen por la puerta de la casa los pequeños Lom y Thor. Mi casa no ofrece otras posibilidades y procedo a la eliminación de lo que ocupa espacio: folletos, recortes, apuntes, libros inútiles, cosas que no merecen la pena conservar, aparatos inservibles. Bajo tres veces al contenedor de papel, lleno varias bolsas de basura, voy soltando lastre incansablemente desde este perímetro doméstico. Varias cajas llenas de libros, algunos una amenaza latente, esperan su traslado al garaje del pueblo o la exposición a la intemperie en la calle. La mudanza va dando paso a los juguetes, al carrito de paseo, a la pequeña bicicleta, a los biberones que ocupan el lugar de la pérdida de influencia del ocio personal, incluso el ordenador es desterrado, y esto que escribo, a falta de claras ocasiones, entre tiempos muertos cobra su forma en mi trabajo o en el aire. 
Todo el desorden audiovisual de la casa está sustentado con el convencimiento de poseer el mejor de los amores, los que me engullen cada mañana, en las mismas aguas de quienes se convertirán en mis herederos. Ya no pienso en mi mismo, si alguna vez ha sido así, y en cada itinerario conocido y en el más allá, me acompañan risas, besos y abrazos como una lamina de agua infinita. Como ha sido siempre con mis padres y hermanos, como ahora hace la madre de mis hijos conducida entre las tempestades reivindicativas propias de la infancia, en un contraste razonable entre los asaltos impetuosos de Thor y la estrategia emprendedora de Lom.
Nos ponemos en movimiento los cuatro, echo de menos infinitamente a nuestra inolvidable perra negra. Con la disposición inmortal del amor, de lo que se va descubriendo cada día queda toda una vida por reinventar, por dejarnos sorprender bajo el cielo azul. Cada momento verdadero me hace la vida más atrayente, como si estuviera al alcance una Copa de Europa. Realmente, la sensibilidad ha cambiado en sentido supremo con la luminosidad de lo maravilloso. Estoy deseoso de crecer, en el entorno querido, en la estancia intima, en la arrolladora felicidad.
También no olvido, es mejor saberse las canciones que explican lo enrevesado de todo, las melodías que desde el borde del precipicio nos alcanzan por nuestra herencia y por nuestro destino. No me hallo en disposición de alterar la naturaleza pero lo que voy trenzando me conduce por el camino del corazón. Por el mejor camino conocido porque la vida de verdad no está en otra parte.

 

 

Tomás Acero García (1947-2004).

 

Tomás Acero García no dejó de trabajar en su obra hasta el día de su muerte. Sus cualidades personales y el compromiso social con su tiempo habían caducado estos últimos años. Se había recluido, su relación con el mundo real le había empezado a desorientar y agrietar, había entrado en contacto de lleno con el mundo subterráneo del escritor, con el trabajo obsesivo del noctámbulo solitario y en contacto permanente con la materia de los fantasmas.

Cuando vuelvo a su casa de Hortaleza después de su larga ausencia percibo el espíritu voladizo de Tomás, de su retorno al mundo de los vivos. Su esposa lleva incorporada sus elementos subyacentes. Observo algunos retratos diseminados exquisitamente en lugares predestinados, instantáneas fotográficas de ambos que han sido escogidas con la certeza de la sensibilidad más infinita. Tengo una irresistible sensación de alivio.

El balance de tantos años juntos no da lugar a la invención. La Rubia como Él la llamaba se propuso que publicaran la novela de Tomás, “El novelista misógino”, y esta neurosis obsesiva dio su fruto como una gran manzana de color rojo brillante.

 

Sinopsis: Luis Alberto Zúñiga del Pino, es un escritor en horas bajas y un mujeriego empedernido que no está en su mejor momento. Su situación económica es complicada y tiene que entregar un libro a su editorial. Sin encontrar un motivo apropiado para su novela, recurre a un amigo, el doctor Francisco Alonso y le pide acompañarle en el Centro de Salud y refrescar su inspiración con algún caso que le renueve su carrera de escritor.
Instalado en el Centro de Salud y sin darse cuenta se ve dentro de un mundo de intrigas, inconvenientes y misterios que no sólo renuevan sus deseos de crear, también convierten su vida en una absoluta y tremenda aventura.

José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929).

José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929).

 José Corredor-Matheos (Alcazar de San Juan, 1929). 

Este poeta es extraño. Descubro el insólito poder de las palabras que dan a sus poemas y me sorprendo según avanzo por la senda de los versos. Dejo este ejemplo que me deja perplejo.

 

Está ladrando un perro

porque pasa otro perro

y yo me pregunto

si he de ladrar también.

¿primavera?

Ayer disfrutamos de un día primaveral en Madrid. Ante tal tentación y aprovechando la tarde, nos acercamos a ver los almendros de la Quinta de los Molinos. En plena floración... el proceso ineluctable de la naturaleza.