Splass
Aquellos años uno los puede examinar en lo que tiene de virtud el redescubrimiento. En los años 80 del pasado siglo, Splass era una Disco-Bar que estaba situada en la calle Galileo. Allí desembarcábamos los jóvenes sobre un terreno formado por cubos de colores, apilados en escalones. Al sitio había que llegar bajando unas escaleras, creo recordar un guardarropa, y a continuación aparecía un pasaje que comunicaba con la sala del baile que se encontraba al otro lado. En estos escenarios se podía echar cuentas de una fauna increíble. Siempre me recordaba al Bar de “La Guerra de las Galaxias” donde concurrían seres de otros mundos. Aquello era un escaparate insólito. Había que ser diferente e ir a la moda del grupo al que pertenecías. Aquello formaba parte del proyecto común del ecosistema “moderno”.
Las colecciones de tribus que desfilaban por allí eran sorprendentes. Por entonces, tenia unos amigos que éramos inseparables. Nos entremezclábamos entre la lírica de los siniestros y el laberíntico mundo after-punk y mod. No había pistas fiables ni consolidadas pertenencias. No existían jerarquías ni alianzas. La gente pululaba por el Splass y hacían acto de presencia en la pista de baile cuando sonaban las canciones de “The Cure”, “The Smiths” o “The Pil” de Johnny Rotten. Diríase que estábamos extraviados hasta que sonaba nuestra canción favorita.
Nuestros “enemigos” eran la gente normal de la que renunciábamos con nuestra indumentaria. Éramos indiferentes a lo convencional. En una ocasión recuerdo a un par de amigos del barrio, fuera de esta cultura de expresión, en el Splass. Llegados a este territorio de la otra realidad, treparon por los cubos y encaramados en su pasajera elevación se postraron a observar exclusivamente, a percibir los valores reivindicativos de las imágenes ideológicas de la concurrencia. La legibilidad en ese ambiente de penumbra incidía en su imaginación y salieron sin decir nada, con toda una carga de sensaciones inolvidables.
Por entonces en Madrid existía una cosa llamada “la movida” que despertaba y motivaba a la gente a dar con otras maneras de entender la cultura y la evolución de la sociedad. Madrid era un lugar intensificado y de una atmósfera hirviente. Vivir en aquel hervidero mereció la pena como peripecia individual.
Splass era un reflejo de esos años. Era un lugar apropiado y razonable para comunicarnos los jóvenes. Allí establecí vínculos en torno a la gente como yo. Allí fue posible la existencia a partir de nosotros mismos, de formar parte de la juventud rebelde. El lenguaje propio lo poseíamos y también, la alegría de vivir, de lo que nada resultaba aburrido.
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Moebius -