El camino diario.
Todo pasa en este nuevo cambio de rumbo. Me acompañan las luciérnagas y las canciones del ayer. La belleza me holla por los cañones aún oscuros de la urbe. Pedaleo al compás de los semáforos cerrados, en el automatismo encerrado de la cadena y el piñón. Cruzo veloz por los volcanes incesantes que descubro en cada mirada inhóspita. Llego oculto entre joviales estudiantes y oficinistas sofisticados al carril-bici. Ya estoy en mi suntuosa brecha asfaltada, cubierto de polvo y símbolos fosforescentes, una recta tecnológica sin fin para mi bicicleta. Crecido me hallo inmerso en un bosque de cartográfica precisión, me lanzo azaroso en el incierto viaje. El último viraje en Alcalá y penetro en el parque del Retiro. Dejo atrás la literatura ilegible de los automóviles, los cruces fracturados de los peatones. Conservo el aliento extenso de la mañana y arrastro una multitud de devotas partículas infinitesimales. Acabo mi viaje diario de trece minutos.
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