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el rayo verde

Susurros.

Susurros.

Guillermo me tenía hasta los cojones. Ese tipo regordete chiflado me la iba a liar parda y así fue. “Bueno, no te preocupes, ya pasará” me decía mi mujer.

Guillermo era educadísimo cuando gesticulaba pero en el ten con ten era desatinado mantener una conversación medianamente correcta. La distancia física que separa su barriga y su flojo tono de voz, me abocaba a perder información por el camino. Intentaba agudizar el oído pero con la carraspera insistente de Guillermo también hacía muy difícil cualquier autoexigencia auditiva. “..el próximo lunes…en casa de Yolanda…sss…morir en la bañera…”, caray, que habrá dicho. Le pedía, por favor, me repitiera,”…pasa a Yolanda…ssss…bañera”, nada. No me atrevía más, me creaba ansiedad. Porqué cojones no hablaba más alto.

En la cafetería cuando nos reuníamos el grupete de la asociación, nos inclinábamos a la mesa a captar esas longitudes de onda inverosímiles que rebotaban en la mesa de mármol. Nos enteramos días después de la muerte de su padre tras una compilación de conversaciones y por teléfono... era igual, parecía que estaba lejos, muy lejos.

Un día llamó mi mujer al local y Guillermo que andaba por allí, cogió el teléfono. Cuando regresé, me dio el mensaje. No me enteré que había llamado mi mujer, que se había puesto enferma y que, por favor, recogiera yo a los niños del colegio. Cómo lo iba a saber si no le oía y no sé leer los labios. Todo lo que hice fue sonreírle complacientemente mientras emitía silabas imperceptibles. 

 

2 comentarios

el rayo verde -

y si encima, te hablan bajito…
un abrazo Moebius.

Moebius -

No hay más sordo que quien no quiere escuchar.

Saludos