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el rayo verde

Discursos siglo XXI. (nº 37).

Discursos siglo XXI. (nº 37).

“Soy africano.

Debo mi existencia a las colinas y a los valles, a las montañas y a las llanuras, a los ríos, a los desiertos, a los árboles, a las flores, a los mares y a las siempre cambiantes estaciones que definen el rostro de nuestra tierra nativa.

Mi cuerpo se ha congelado entre nuestros hielos y entre nuestras nieves vespertinas. Se ha reblandecido con la calidez de nuestro sol y se ha fundido con el calor del sol de mediodía. El crujido y el estruendo de los truenos de verano, azotados por los imponentes relámpagos, han sido a la vez causa de temblor y de esperanza.

Las fragancias de la naturaleza han sido tan placenteras como la visión de los florecimientos salvajes de los ciudadanos en el veld.

Las impresionantes siluetas del Drakensberg las aguas de color terrizo del Lekoa, iGqili no Tukela, y las arenas del  Kgalagadi, todas han sido testigos del ataque al escenario natural sobre las que hemos representado los más absurdos actos en este teatro de nuestros días.

A veces, y con miedo, me he preguntado si tendría que conceder igual ciudadanía al leopardo y al león, al elefante y al springbok, a la hiena, a la mamba negra y al mosquito.

Una presencia humana entre todo ello, una característica de la cara de nuestra tierra así definida, sé que nadie se atreve a desafiarme cuando digo - ¡soy africano!

Debo mi ser al Khoi y al San cuyas almas desoladas se pasean por las grandes extensiones del precioso Cape - ellos que cayeron víctimas del genocidio más despiadado que nuestra tierra vió jamás, ellos que fueron los primeros en perder la vida en la lucha por la defensa de nuestra libertad e independencia y ellos, como personas, que finalmente perecieron.

Hoy, como país, mantenemos un audible silencio por esos antepasados de las generaciones actuales, temerosas de admitir el horror de los hechos pasados, intentando borrar de su mente una cruel vivencia que, al recordarla, tendría que enseñarnos a no ser inhumanos nunca jamás.

Sé de los inmigrantes que dejaron Europa en busca de un nuevo hogar en nuestra tierra. Cualesquiera que sean sus acciones, todavía son parte de mi.

En mis venas corre sangre de esclavos malayos que vinieron del Este. Su dignidad dicta mi comportamiento, y su cultura una parte de mi esencia. Los azotes que inundaban sus cuerpos, fruto del látigo del negrero, son recordatorios, que yacen profundos en mi mente, de lo que no se debe hacer.

Soy nieto de hombres y mujeres guerreros que Hintsa y Sekhukhune dejaron, los patriotas que Cetshwayo y Mphepu llevaron a la batalla, los soldados Moshoeshoe y Ngungunyane que aprendieron a no deshonrar nunca la causa de la libertad.

Mi mente y el conocimiento de mi mismo está basado en las victorias que son joyas de nuestra corona africana, las victorias que ganamos desde Isandhlwana a Khartoum, como etíopes y como el Ashanti de Ghana, como los bereberes del desierto.

Soy el nieto que deja flores frescas en las tumbas de los Boer en St Helena y en las Bahamas, que mira en el ojo de la mente y que padece el sufrimiento de un sencillo campesino, muerte, campos de concentración, casas destruidas, un sueño en ruinas.

Soy el niño de Nongqause. Soy él, que hizo posible comerciar en el mercado mundial con diamantes, con oro, con la misma comida por la que mi estómago ruge.

Vengo de aquéllos que fueron llevados de la India y de la China, cuya existencia residía en el hecho, únicamente, de poder proporcionar trabajo físico, aquéllos que me enseñaron que podíamos ser a la vez nativos y extranjeros, aquéllos que me enseñaron que la existencia humana pedía que la libertad fuera una condición necesaria de la propia existencia humana.

Ser parte de toda esta gente, y sabiendo que nadie se molestará en pelearse por esta afirmación, reivindico que - soy africano.

He visto las lágrimas de nuestro país dividido cuando ellos, siendo todos ellos mi gente, se enzarzaron en batallas titánicas los unos contra los otros, los unos compensando el mal que los otros habían causado a los unos, y los otros, defendiendo lo indefendible.

He visto lo que ocurre cuando una persona posee superioridad de fuerza sobre otra, cuando el más fuerte se apropia de prerrogativas incluso para anular el mandamiento de Dios según el cual creó a los hombres y a las mujeres a Su semejanza.

Sé lo que significa el que la raza y el color se utilicen para determinar quién es humano y quién, sub-humano (…)”.

Thabo Mvuyelwa Mbeki.

Presidente de la República de Sudáfrica (1999-2008).

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