Observar las nubes.
Lo que contemplo desde cualquier lugar es el paisaje fracturado, cada vez más colonizado y anodino. La ciudad da sensación de caos y el medio físico natural es un hibrido de “paisajes urbanos” y carreteras. Añado los parques eólicos, las naves industriales y las explotaciones agrícolas. Todo esta transformado, demasiado intervenido. Así las cosas, me oriento al cielo.
Digo esto porque el cielo me proporciona placidez, ello supone considerar el saber mirar. He llegado a pensar de hallarme en cualquier época geológica mirando las formaciones nubosas. Siempre me sorprende su expresividad. Son reveladoras y no es necesario ser un especialista para poder distinguirlas. Es como entrar en el túnel del tiempo, iguales a como cuando era imposible encontrar un solo hombre sobre la Tierra.
Resulta estimulante percatarse de las apariencias de las nubes que provocan tormentas, de las que presagian un cambio del tiempo o de las reminiscencias de vapor. Mirar las nubes como un pasatiempo o plantearlo como una cuestión estricta.
Conocí a dos tipos que fotografiaban solo nubes. Eran los parámetros que regían su existencia. Se estaban quedando ciegos y les era imposible enfocar la cámara. En esa intolerancia óptica eran verdaderas obras de arte aquellas fotografías. Estos dos seres humanos que despertaban desconfianza por su inconciente inadaptabilidad social, sabían congelar las tenues atmósferas o los sublimes desarrollos verticales de un cúmulo.
No es preciso ir más allá, las nubes están encima de nosotros. Basta mirar. Emplazarnos con ellas a cualquier hora, sumergirnos plenamente en su ordenamiento visual. Gozar de lo que tenemos ininterrumpidamente a nuestro alrededor.
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FRAN -
Besitos...