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el rayo verde

el futuro no está escrito.

el futuro no está escrito.

Episodio 1. El futuro no está escrito.

 

Con tres amigos, Carlos Tarazona, Peter Ustinov y Yago Arriola fui a ver “Joe Strummer, vida y muerte de un cantante”. Con el orden puntual de la hora, en la puerta de los cines Verdi de Madrid comenzó el itinerario habitual, ponernos al día de nuestras cosas. Los ángulos de actualidad giraban en torno al fútbol, el Getafe CF se la jugaba ante el Bayern Munich y los propósitos de un viaje a Roma se fijaban en el mundo centrífugo de estos tres vividores, que en tres días iban a difuminar el abismo que existe entre dos ciudades separadas por tierra y mar.

Mi amigo Carlos Tarazona ocupa un ámbito crítico social con destacadas colecciones reivindicativas en mente, es un fecundador rebelde de los áridos paisajes laborales en una multinacional francesa. Yago Arriola es compañero de trabajo de Carlos Tarazona, le conozco de hace poco, irónico y callado, da una visión exacta de la inquietante realidad. Peter Ustinov está hecho a base de geometría y experiencias, se mueve en el territorio entrelazado de lo políticamente correcto. Los cuatro estábamos en la comicidad muda de la sala de cine y sobre la inconsciencia certera de atravesar la vida sentados en una butaca, esperábamos el inicio de la película en el escenario convencional de la pantalla de cine, esa gran llanura infinita de historias y entretenimiento.

A Peter Ustinov el móvil le suena como una explosión, en el lugar más inesperado, viene con su musiquita melódico-ruidista. Es inapelable que sean del Ministerio. No sé que le dicen, algo habla entre el desasosiego de la urgencia de quien se da cuenta de que la película está a punto de empezar. Entiendo la palabra “vicepresidenta”, ¿se referirá a María Teresa Fernández de la Vega, Vicepresidenta de Gobierno, ocupante de su Ministerio? Sin complicaciones acaba la conversación y entre el repertorio de los preliminares de la sesión aparece, qué casual, la Vicepresidenta de Gobierno tres filas más atrás. Es una mujer de gestos claros, amables y concisos, va rodeada de la cohorte de discretos escoltas y adjuntos del Gabinete del Ministerio. No existe palco en los cines Verdi donde pudiera ubicarse y eso me ayuda a ver, vislumbro un libro de Gabriel García Márquez en sus manos, es un tanto coqueta ya que se ha observado a si misma apacible cuando se ha cruzado con un reflejo suyo en un cristal. Camina pausada, mirando a la concurrencia a ambos lados del pasillo de butacas y es tan sincronizada su llegada a la sala que es sentarse y sin contemplaciones, empiezan a proyectar la película.

Ustinov me comenta al oído, “Está la Vice ahí detrás” y saluda con un gesto mínimo a alguien. Carlos Tarazona y Yago Arriola habitan, sin percatarse, en línea recta con la pantalla iluminada. La sala es un mundo lleno de pistas y las tres filas que nos separan desvelan el nombre de una acompañante que no escribo.

“¿Peter, a quién has saludado?”, inquiero dejando correr la pregunta.

“A una directora del Ministerio” me dice sin apenas detalles secundarios.

En estos cálculos imposibles entre lo que tengo detrás y lo que tengo delante, opto por lo segundo, introduciéndome de lleno en la película. Un ameno documental trabado de entrevistas y la música punk de The Clash.

Joe Strummer, líder de The Clash, tiene una concepción del mundo subversiva, las letras de sus canciones son penetrantes y tenaces, su vida fue un trayecto épico incomodo que narra la importancia de la trinchera militante y que acabó deslizándose definitivamente hasta la romántica muerte. Todo contado ineludiblemente alrededor del fuego.

   Cuando se encienden las luces entre un mar de ojos tristes, una semisonrisa de Peter  hace un intento de contacto con alguien del grupo de atrás. Es sabido de la insensatez de muchas sofisticadas plumas o voces que dedican parte de su tiempo a cumplir buena cuenta de la Vicepresidenta de Gobierno pero ahora que la tengo cerca, tanta es la similitud humana como destino es la sepultura. El cromatismo de la tela del vestido de la Vicepresidenta es estimulante para la antigüedad de la tapicería de las butacas encastadas. Me trasmite cierta espiritualidad su persona. Abandona ella y su “familia” de una manera esmerada el espacio común y percibo que abundan los comentarios, no sé si vinculados a la película. Me percato que Peter habla en un rincón con una atractiva mujer. Yago Arriola abandona la mirada perdida del abigarrado análisis cinematográfico y con refinado acento piropea silenciosamente a la musa de Peter. ¿Qué lazo puede existir entre estas dos personas? Hay que tener en cuenta que entre los despistados espectadores del argumento paralelo una pieza me permite el enganche con lo impredecible, el libro que portaba La Vicepresidenta ha quedado olvidado en el respaldo de la butaca. “El amor en los tiempos del cólera” y dedicado. Entrega personal de “Gabo”, en estado original. Cuando lo cierro Peter viene hacia mi hablando por el móvil apuntando hacia la salida. La secuencia acaba con toda la banda en coches oficiales a la puerta de los Cines. Sin reparo le enseño el libro a Peter que suelta un cuádruple hostias, hostias, hostias, hostias.

“si quieres puedo hacérselo llegar a la Vice” dice Peter, más cerca de la escenografía que del ofrecimiento sincero.

Aquí tengo el libro a día de hoy, entre “Historia de un naufrago” y “Cien años de soledad”. Dentro hay una carta.  

 

 

Episodio 2. El amor en los tiempos del cólera.

 

Cuando puso el pie en la taquilla de los cines Verdi, que a la vez hacia de oficina administrativa, sonó el teléfono. Cristina había almorzado en un bar cercano y un sentimiento de extrañeza corrió por su espinazo. ¿Cómo explicarlo?

- Buenas tardes. Le llamo desde el Gabinete de la Vicepresidenta Primera del Gobierno. Mi nombre es…

La voz telefónica era femeninamente sonora y replegó a Cristina contra la silla que utilizaba para atender al público. Y qué decir de la rogatoria que le dieron desde la otra parte, fue atenazante y Cristina dio por verosímil lo que estaba escuchando. Entendió lo esencial y la imposibilidad de responder con soltura hizo que saliera de su boca una especie de graznido. Preguntaban por un libro perdido el jueves en la sala donde proyectaban “Joe Strummer, vida y muerte de un cantante”. Ese día, las mujeres que realizaban la limpieza de la sala no informaron de nada anormal ni encontraron objetos olvidados por algún espectador entre los pasillos de las butacas como a veces ocurre. Cristina para depurar más la respuesta solicitó un número de teléfono adonde poder dar fe si apareciese el libro. La funcionaria quedó contrariada ante el temor de saber que efectivamente había tenido una negativa como respuesta a su indagación y su voz interrogante se fue apagando hasta que acabó por deslizarse sutil por el hilo telefónico. Estaba en una de esas estancias ministeriales, donde se recogen los temores conspiranoicos y en donde se disponen de los espacios adecuados para el ejercicio del poder, pertenecía al Gobierno de España y se durmió en el valle de la zozobra pues era lo más desfavorable que podía escuchar aquella tarde.

En ese estado de suspenso fue informada la Directora del Gabinete de Información quien consolidó aun más la creencia de que el libro había desaparecido e informó a su superiora.

La Vicepresidenta fue avisada de lo que estamos leyendo, había tenido una agenda apretada y en su despacho de La Moncloa resaltaba la quietud. Los chopos que divisaba desde su ventana eran cimbreados por el viento y no le llamaba la atención siquiera un pájaro picapinos que golpeaba con fruición la madera porosa del árbol. Entre las intrincadas especulaciones que rondaban su cabeza estaba el nombramiento de la nueva Ministra de la Vivienda, la entrevista en antena para dentro de una hora en un programa de radio con Angels Barceló y ese libro olvidado en aquel funesto jueves.

Como un alma pérdida pero con todo el peso de la memoria, María Teresa hace un repaso en este tránsito, en ese aislamiento sensorial que tienen los pensamientos. Surgen entonces Fermina Daza y Florentino Ariza, obligados a amarse por la fuerza insospechada de lo que era confundido con el cólera. Y si no debieran tener lugar estos acontecimientos tan humanos en el ideario de personajes tan poderosos es preferible que se desplacen por unos momentos por la conciencia del Estado tan desconsiderable en materia de felicidad. Y en esas aspiraciones suicidas de fidelidades románticas, en la trayectoria sugestiva de la poesía, María Teresa contempla la ajena vegetación arbórea de los jardines del Palacio y narcotizada por la imagen de alguien que quiso conservar en su recuerdo, pasa su mano acariciando levemente la vertiente oscura de un croton tiglium que salpica con sus hojas persistentes una mesa de caoba.

 

 

Episodio 3. Peter Ustinov.

 

Hay que felicitarse que tan solo en hora y media estemos en Roma. De la misma manera Italia ha pasado a manos de Il Cavaliere, no ya por poseer gusto y criterio el pueblo trasalpino, sino porque la identidad italiana muestra sus vergüenzas sin pudor alguno. La ciudad de Roma, descartada definitivamente la transformación de su trazado urbano,  sopesa un proceso de transformación complejo, difuso pero de una verdadera efervescencia vertida sin límites en la densidad del aire mítico de la historia. Es ese tipo de ciudad para pasear y convivir, a ello contribuye que la identificación de los romanos con su ciudad es intensa.

Un cielo azul nos recibió a los cinco viajeros, con todo el cariño que la primavera romana puede ofrecer a sus visitantes. He solicitado en mi departamento seis días de asuntos propios y he sido condenado a una esperanza sin sentido en Roma, querer-ver-todo. Directamente imposible.

La anatomía femenina de María, la novia de Carlos Tarazona, que tira del carro llamémosle "grupito pseudocultural" me tapona con su contundente transposición de escenarios, padece el síndrome japonés. Su actividad febril de estos días me cansa y los lugares “súper-mega-estupendos” que nos quedan por ver, no van a contar con mi humilde presencia. No tengo compasión por el territorio inabarcable, por el conglomerado de museos vaticanos o por el más que fotografiado Foro romano. En este fenómeno contemporáneo de dejar huellas en todas partes me planto, estoy en la ciudad de Roma sin el deseo inimaginable de los tecnourbanitas pero con la conformidad de disfrutar de una cerveza Moretti en una terracilla en la plaza Navona.

Mis compañeros se fueron esta mañana a la diminuta ciudad-estado, fabulosa sin contemplaciones, luz del catolicismo. Benedicto XVI está en Estados Unidos, es decir más allá de la geografía vecina y volverán a encontrarse conmigo a la tarde.

Las mujeres aquí conservan sin duda, el símbolo pilar de la idiosincrasia romana, una nariz épica. En Roma está omnipresente la passegiata, tránsito inestable que vislumbro lleno de transeúntes y palomas. La passegiata se convierte en exposición de maravillosos guiños seductores. Estoy fascinado de la belleza misteriosa de la mujer romana,  no muy alta pero ceñida a una altitud considerable, y ando encantado de una docena de sonrisas que conservo en mi memoria.

Después de permanecer exiliado en Navona aparecieron con sutil ironía mis amigos turistas, complacidos ante tal volumen de piedra milenaria y olor a incienso. Como hacía calor se bebieron lo que no estaba permitido en las iglesias y demás museos. La amalgama de fotos de las Nikon digitales eran escandalosas y sin esperanza de exponerlas al interés humano, se conservarán entre ceros y unos en algún disco duro de una computadora. Dedicados a repasar retrospectivamente las ultimas instantáneas y otros menesteres carentes de importancia son conocidos los atardeceres romanos. La ciudad se encarga de mostrar a sus habitantes la visión del un cielo rojizo en extremo y la exposición de la piedra sus perceptibles tonos ocres naranjas. La contemplación de la luz nos colocó ante un despliegue espectacular. Y en este inmenso poder digno de veneración solar también induce a que el sonido de mi telefonino vuele por la arquitectura de la piazza Navona.

-Buona sera...- digo con acento rizado y con la distancia clara de dejar una pista fácil.

-Peter Ustinov debes volver inmediatamente.

El resultado es que me llaman del Ministerio, indistinguible de mi vida privada. Mi compañero de trabajo Julián Iglesias ha muerto y están buscando su cuerpo entre el derrumbe de su casa de pueblo en la provincia de Guadalajara. Los problemas y las angustias no vienen solos, ahora es cuando echo de menos el plácido quehacer de María: hacer de turista, vivir tranquilamente.

Me voy de Roma y aquí quedará la ciudad, nicho religioso de la historia europea, dueña de escenarios milenarios privilegiados que fascinan a los norteamericanos y las obras excelsas de la arquitectura cultural universal. Me despido de mis amigos con intercambio de buenos deseos y en el avión me siento como la ciudad homónima, romo. Puedo encontrar los turistas nacionales que también regresan y a unos cinco mil metros de altura diviso las islas Baleares emergidas del mar Mediterráneo como un misterio telúrico.

Julián Iglesias ha muerto al derrumbarse una vieja casa que era de su propiedad. La fatal fortuna ha cobrado una victima idónea y nada más llegar a Madrid viajo hasta el pueblo junto a una brecha de dolor en mi corazón.

Estoy sorprendido por el lugar tan solitario y por el castillo encaramado a una peña casi inaccesible. Lo que queda del derrumbe son cascotes de barro seco y un montón de escombros de perversas concreciones, un inmerecido castigo para Julián. Me cabe reflexionar sobre lo que he aprendido a percibir en estas tristes situaciones. La fuerza de la cubierta añosa ha cedido y como en un sueño infantil se ha desplomado sobre el vulnerable cuerpo de Julián Iglesias. Los Guardias Civiles al fin encuentran, sin vida, de quien fue sorprendido en el abandono de la noche por un incomprensible destino y ya se halla encadenado a los argumentos de la muerte. El médico forense de Sigüenza ha certificado su muerte. Solo una casa destruida, solo una muerte.

El estado deplorable de unas vigas bicentenarias a las que no presto Julián la debida atención y la humedad encubierta acompañaban el precario sustento de un tejado perseguido por la escena final del drama.

La concurrencia al lugar de los hechos se ha mostrado muy impresionada de la magnitud de la tragedia como yo lo estoy ahora. También está la policía científica colaborando en el esclarecimiento de las causas del accidente y diviso a varios compañeros a los que saludo vehementemente. La exposición detallada de la macabra escena no tiene sentido y hago oídos sordos a mi Director desplazado en coche oficial. Lo que no podéis imaginar es que en esa mezcla nocturna de infierno y dolor, Gerardo Rojas del Departamento de Asuntos Institucionales con quien guardo sincera amistad, me habla al oído con sentimiento triste. “ha sido asesinado, me lo ha dicho un policía de confianza”.  Y de los pensamientos surgen las respuestas difíciles que pretenden enmascarar la realidad. “Estás loco”.

 

 

Episodio 4. Silvano García.

 

En este instante la oleada de ideas desaparecen y me doy un respiro, me llama mi amigo Peter Ustinov. Tuvo que volver precipitadamente de Roma. Siempre tiene contratiempos, su vida comprometida con sus responsabilidades ineludibles son constantes. Recuerdo las veces que ha tenido que salirse en mitad de una obra de teatro o ha tener que volverse atrás con multitudes de proyectos.

Llevo toda la tarde con un minucioso problema de mi trabajo. Soy encargado de un almacén de algo que no viene ahora a cuento, tengo un proyecto en la cabeza, crear más espacio en el almacén de devoluciones de mi empresa a través de un triple acceso en altura, eso proporcionaría que en las plantas superiores de la nave se pudieran colocar los materiales más ligeros con lo que ganaría espacio. Estoy en ello. Me ha llegado por correo electrónico unas propuestas muy interesantes de una empresa sueca. En un receso pienso en irme a dormir y dejar estas ideas, pero siento en mi interior otra propuesta. Observo el libro que me traje del cine Verdi el otro día, veo el lomo azul y emana un poder cautivador. Inspira leerlo, lleva la firma y dedicatoria del autor:

 

Cada día que pasa el misterio del amor está contenido en nuestras vidas cruzadas.

Gabriel García Márquez”.

 

Y tengo el contacto intenso de la seguridad de saber quién es su legítima dueña. Al abrirlo, caigo en cuenta del hallazgo de la carta que estaba entre las hojas.

El sobre lleva el membrete del Centro Nacional de Inteligencia y un imparable deseo de curiosear me asalta. Saco la hoja de pretoriano papel que está dentro, papel denso. Simplemente visionarla y juro discreción eterna. ¿Silvano García, qué estas haciendo? No has oído hablar de la inviabilidad de la correspondencia oficial. Cuando despliego la misiva ya he tomado asiento y la decisión por compartir los secretos de Estado con mi otro yo. Desilusión. Una hoja en blanco con un número ”197656”. Me echo hacía atrás de la silla con los brazos en alto, las manos a la cabeza y repito “197656”.

Cabe pensar, os lo aseguro, cabe pensar. Pero no tiene ningún significado efectivo pensar sobre algo tan evidente. ¿Se tratará de una clave, supongo? Me niego a desechar que detrás de este papel no exista nada. Internet hace de todo este aparataje de conexiones posibles una búsqueda entre millones de posibilidades. Google muestra infinitas dimensiones. Es reconfortante pensar que no encuentro solución. No sé que hacer. Escucho la melodía musical de Windows XP que se cierra.

La noche nos evita quebraderos de cabeza y podemos dar la vuelta a las cosas reposadamente. Nuestra mente puede buscar en ese sueño profundo las concomitancias  que existen entre el vuelo de una mariposa, la lectura sosegada de un libro o la secuencia de un número. Se establecen los nexos sinópticos entre los millones de neuronas que se confunden entre el control y el caos. Consciente todavía mi existencia entro pesadamente en el lugar hermenéutico por excelencia, el sueño. Recibo solo señales reconfortantes, un camino perdido y el viento azotando mi cara. Me despido de una mujer que está a bordo de un extraño artefacto de vuelo. Todo sirve y las amapolas de los zopeteros tienen un efecto sentimental extraño. En mi camino se cruza un automóvil soviético a toda velocidad, pilotado por un caballo que trasmite comunicados que no entiendo. Puedo oír una pieza de música de piano que me conduce a un café antiguo, un establecimiento con sabor callejero imborrable. Una camarera me sirve una taza. Alzo la vista y reconozco a un visitante ilustre, Heráclito el oscuro. Me habla cosas y al final consigo descifrar una frase sobre que “una persona no puede bañarse dos veces en el mismo río” y me presenta a un tal Marco García, español y muy unido con él. Ya no recuerdo más. Los problemas tienen sus soluciones. Las materias y contenidos de los sueños son intangibles y será necesario recordarlos a la mañana siguiente.

 

 

1 comentario

el rayo verde -

Habrá próximo capitulo de “El futuro no está escrito”.