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el rayo verde

unas puertas de semi-lujo.

unas puertas de semi-lujo.

Son ya unos años en la Administración General del Estado y ya me han inoculado el protozoo ese que pulula por el cuerpo del funcionariado, estaba rellenando un crucigrama cuando ha sonado el teléfono de mi mesa. Era Waity. Me decía que en un contenedor de la calle Manuela Torregrosa habían tirado unas puertas de semi-lujo con cuarterones, macizas y en blanco satinado. Me las imaginaba echas polvo, de modo que mi aportación a la causa era más bien pasiva.

Por la tarde, me convenció. “Iremos a verlas…”. La rebusquilla me pone de los nervios, así que cuanto antes acabe la cosa, mejor. Encima, era el tercer martes del mes, cuando el vecindario se deshace de los trastos y enseres viejos. ¡Estaría el barrio lleno de furgonetas! Tendremos que llegar al punto x antes que se oculte el sol.

Los efectos lumínicos del cielo eran surrealistas y unas nubes extrañas con forma de platillo volante se acercaban al Piruli de Torrespaña amenazantes. El paisaje celeste ocupaba mis adhesiones pictóricas cuando entramos en la colonia Fuente El Berro y un perro se convirtió en motivo principal en esa profunda metáfora de color y silencio. El aspecto de la colonia era singular, estábamos envueltos en una atmósfera rojiza intensa y unos ladridos de perro lejanos. Entre los coches surgían señoras mayores dando de comer a gatos callejeros  y algún vecino de aparente elegancia, estaba más pendiente de nosotros que del espectáculo de color. Al mismo tiempo, nos íbamos fijando en los chalecitos que asumían en sus fachadas los colores del cielo. Torcimos una calle y no exagero, las dos puertas servían perfectamente a nuestros propósitos, eran preciosas, un poco deterioradas pero que suscitaban un montón de posibilidades. Así que, obligados por la hora, nos llevamos dos puertas a la vez, cargados como si de una Virgen en procesión se tratara por el circuito de regreso a nuestra casa. Ya el singular cielo se había tornado oscuro, algunas mujeres ancianas abandonaban los comederos de los gatos y salíamos en lucha abierta con los otros buscadores del santuario de chalecitos. Justo ahora, Waity no puede más y sus acolchados antebrazos se rinden. Las furgonetas hacen acto de presencia y nos miran como a los carroñeros. El cacareo de Waity me indica que algo hay que hacer. De repente, cuando nos enfrentamos a un nuevo problema aparece una nueva solución, Peter O´Toole. “Cómo tú por aqui”. Creemos prestados sus brazos para un último esfuerzo con estas condenadas puertas y de esa manera, procede a cargar. Como en los fastos, llega la algarabía y entramos en el portal poco después. Mi suegro, con su carácter neutro acecha a los cristales, son dobles. Mi hermana no se imagina de donde vienen, la decimos que las traemos de una casona de Asturias. La vecina del segundo entreabre una rendija para mirar y Peter quiere cortarse los dos brazos para dejar de sufrir.

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