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el rayo verde

Mi niña

De repente se fue para siempre. J ha muerto. Dejó de vivir, a las dos horas de una inesperada y absurda operación quirúrgica. Se puso mala el viernes y nos dejó el lunes 19. Hundidos. He visto lágrimas en mi hijo de cuatro años… en la inmensa mayoría de los que la queríamos.

No imaginaba un dolor tan grande. Un golpe tan certero al corazón… un golpe muy, muy fuerte.

En las infinitas posibilidades de coincidir con la muerte no puedo evitar contemplar este desencuentro como malvado. Fundamental era J. para nosotros como efímera es la vida. La mala partida para siempre de mi amiga fiel me inunda de tristeza estos días y no me faltan las críticas de lo que podría haber hecho pero me abandono a la idea de recordar los años juntos.

Ahora me doy cuenta que hay gente que no comprende el amor hacia un perro, en esos falsos tonos de sentimiento, ¡tan superfluos! No resultan nada gratificantes esas escenas de inconvicciones conmovedoras. Por el contrario, siempre quedan esos otros compromisos sinceros que te vuelcan su fuerza. Suelen coincidir con los que han tenido un perro o un gato alguna vez… ¡minúsculos detalles!

No quiero abandonar mis sentimientos ni comercializar mi pesar, mi duelo necesario. No añadir drama pero la ensoñación no acaba y donde pueda llegar mi definitivo rumbo irá acompañado de mi perra  J.

En mi actual desolado estado de ánimo, no me abandonan los recuerdos que nos unían y recorrer el pasado es volver a escribir otra historia, conceder importancia a las pequeñas cosas, a nuestros espacios interiores en la cocina de casa, a atender a los fragmentos de felicidad con una pelota de goma. Cualquier mirada atrás sensibiliza mi piel y me digo que ya no tendrá sentido ninguna caminata por el campo, por el parque. Sin su compañía nada será lo mismo. La constante por avanzar por los caminos ¿cómo podré recuperarla? Mi visión del paisaje era tan estrecha a su presencia, a su huella de perro.

El esfuerzo por continuar se halla más allá, lo encontraré en mis hijos con los que podré cubrir su ausencia desorbitada.

La llevé al pueblo donde nació mi padre ese mismo lunes fatídico, era de noche, cavamos un agujero azotados por la lluvia y por el frío de la meseta castellana, a las 22,40 la dimos sepultura. La barrera humana había desaparecido y los vestigios dolientes y tangibles de dolor se extendían por el campo oscuro. Estaban mi madre y mi hermano conmigo, el resto en Madrid secando los ojos de dolor.

He leído que existe una leyenda que cuando te mueres, los perros que has cuidado en vida están esperándote para acompañarte a cruzar el "túnel" y no tengas miedo. Me gustaría que fuera cierta, si no estaré buscando a  J. en la eternidad de los tiempos.

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J. nació el 28 de Marzo de 2000. Ha muerto el 19 de Noviembre de 2007.

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